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ANÁLISIS

Un musical con fama

El cineasta británico Alan Parker tiene en su haber varios títulos dentro del género musical como es el caso de la interesante Bugsy Malone, Evita, o la muy recomendable y poco conocida The Commitments. Ideó en los años ochenta un filme basado en los avatares de un grupo de estudiantes de una escuela superior de arte dramático en Nueva York: Fame. Muy pronto el éxito de la película terminaría convirtiéndose en una serie televisiva que dió la vuelta al mundo y que ha servido incluso como acicate para nuevas generaciones que ven en el fenómeno Fama una especie de ideal.

GERMÁN CORONA
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En el montaje que se presentó anoche en el Gran Teatro Falla, producción de Teatre del Sol y Videomedia, el despliegue de recursos técnicos y de iluminación, así cómo la música en directo son lo más sobresaliente. Todos estos recursos sirven para encandilar a un público que pese a las casi tres horas de duración del espectáculo, se mantiene con fuerza suficiente como para bailar entre las butacas durante el animado encore que propone el grupo de actores.

La estructura dramática de la versión que se nos presenta cumple muy bien con la obligatoriedad de dar a cada personaje su lugar y definir muy bien su carácter por medio de escenas en las que podemos ver claramnte sus deseos, frustraciones y conflictos; sus anhelos y sueños rotos, sus amoríos y decepciones. Llama poderosamente la atención que la historia cuenta el proceso formativo de estos jóvenes durante cuatro años, y que ya desde el primer día de clase canten y bailen como si hubieran nacido sabiéndolo, pero bueno, ilógicas de este exitoso género.

El logro más destacado del montaje lo encontramos quizás al principio y al final con coreografías y momentos corales bien conseguidos tanto en lo vocal como en lo corporal. No obstante, se antoja un mayor riesgo en lo acrobático e interpretativo. Era evidente que los actores poseían una técnica que les facultaba para hacer muchas más cosas de las que se nos ofrecieron. El potencial del joven elenco, pese a su precisión y entrega, daba lugar a secuencias coreográficas más complejas y a trazos escénicos y de movimiento mucho más impactantes pero que desafortunadamente no llegan a ser.

También tienen lugar en la propuesta ciertas referencias a la tan cacareada técnica actoral de Stanislawski que desafortunadamente ha servido, en muchos casos, para confundir a los ingenuos alumnos de las escuelas de arte dramático haciéndoles creer que los remedos de emoción son medio y fin para conseguir una buena interpretación aunque estos tengan que basarse a veces en técnicas tan absurdas y ya muy manidas como la memoria emotiva, o sea, el recuerdo de un hecho realmente vivido por el actor para que este sirva como medio de expresión al personaje. Quizás por esta razón de lo que más carece este montaje es de buenas interpretaciones, pues cuando se trata de escenas con cierta tensión el recurso más socorrido termina siendo el grito y por lo tanto la falta de matices, lo que hace pensar que los jóvenes actores y el elenco en general confunden tensión dramática con exceso y derroche de energía.

Pese al buen resultado en general, y la constatación de estar delante de un grupo de chicos y chicas con mucho talento y buena preparación, la puesta en escena podía haber sido mucho más arriesgada e imaginativa y quizá menos sosa en cuanto al humor, pues reducirlo todo a chistes de carácter sexual nos remite a un director con falta de imaginación o que considera el humor como algo muy simplón.