Inestabilidad permanente
La acción coordinada a ambos lados del Atlántico del Banco Central Europeo y de la Reserva Federal estadounidense para inyectar nuevas dosis de liquidez a los mercados que eviten el riesgo de colapso crediticio no logró conjurar ayer los temores en las Bolsas mundiales. Sus caídas generalizadas, que responden a la existencia de una fuerte desconfianza agravada por factores colaterales como la presión ascendente del precio del petróleo, demuestran que las medidas excepcionales adoptadas para aliviar las tensiones financieras empiezan a tener efectos benéficos tan volátiles como la crisis que las provoca. Desde que se desataron las primeras turbulencias a mediados de agosto, a raíz del hundimiento de las hipotecas subprime en Estados Unidos, las autoridades monetarias han tratado de garantizar la fluidez de los mercados colocando cantidades sólo comparables a las puestas en circulación tras el 11-S. Han conseguido así atemperar la repercusión de la crisis, pero transmitiendo una cierta sensación de desorden y sin llegar a propiciar una rápida recuperación de las expectativas más favorables en el conjunto del sistema financiero.
Actualizado:La imposibilidad de las autoridades monetarias para calibrar con certeza las consecuencias de las tensiones crediticias y lo costoso que está resultando frenarlas -la Reserva Federal ha bajado tres veces el precio del dinero, sin que el mercado estadounidense logre enderezarse- demuestran la dificultad para inocular confianza con iniciativas cuya propia excepcionalidad suscita alarma. La inestabilidad permanente que parece haberse instalado en los sistemas financieros justifica la intervención de los bancos centrales, aun cuando no estén consiguiendo disipar las incertidumbres que paralizan los mercados y atenazan las decisiones inversoras de empresas y ciudadanos. Pero sus operaciones de rescate están incentivando al tiempo el llamado riesgo moral, que puede acabar conduciendo a una dejación de responsabilidades por parte de acreedores y deudores ante la cobertura solidaria que vienen recibiendo. La duración de las perturbaciones financieras, sus perniciosos efectos -cuantificados por el momento en 400.000 millones de dólares en pérdidas- y la amenaza de recesión en EE UU obligan a los bancos centrales a combinar su estrategia reactiva con una mayor transparencia sobre las eventuales repercusiones subterráneas de la crisis, a fin de poder renovar cuanto antes la confianza de los mercados.