Mudanza
Debe haber cosas peores que una mudanza, pero me resulta difícil precisarlas. Mudarse es tan horrible que hasta pagas por ello y además, al contrario que otras muchas cosas, no mejora con la práctica. Cuantos más cambios de casa, peor. No importa si el piso es pequeño o grande: se acumulan tal cantidad de cosas inservibles a las que una se aferra como si fueran el tesoro de Tutankamon que se necesitaría un equipo de sherpas como los que suben al Himalaya para transportarlas.
Actualizado:A las pocas horas de iniciar una mudanza, comienzas a sospechar seriamente que el fantasma del Ayuntamiento de Cádiz se ha trasladado a tu casa y va devolviendo a su lugar de origen las cosas que fuiste empacando.
Inexplicablemente, las sábanas paren hijitas sabanitas y las cazuelas hacen lo propio.
Por eso a J. siempre le ha intrigado por qué la gente insiste en hacer sus propios cambios si hay empresas especializadas en eso y me lo resume en la siguiente frase:
-Si esos señores no venden seguros, algo por lo que me pagan a mí, no veo por qué yo tengo que hacer mi propia mudanza.
Le creo a pies juntillas. Yo también quisiera viajar ligera de equipaje. No necesitar DVD, cinco tipos diferentes de quitagrasas, pilas usadas, vestidos que no voy a ponerme jamás, licuadoras sin estrenar, aspirinas caducadas y unos pantalones llenos de manchas de lejía destinados a las labores de mudanza. Y otros tres millones de objetos imprescindibles.
Por más contrasentido que parezca, para viajar ligera y mudarte con lo puesto se necesita tener los bolsillos llenos. Y no de pilas, precisamente.