opinión

Hijos de la LOGSE, por Manuel J. Ruiz Torres

Llevamos una semana escandalizados por el bajo nivel educativo de nuestros adolescentes, denunciado por el mediático Informe PISA. Echo de menos dos cosas en esta ola de indignación colectiva por el nivel de la educación en España: que alguien empiece por mirar con sentido crítico el propio Informe, situándolo en su verdadera dimensión, y que, una vez clara ésta, dejemos de echarle siempre la culpa de lo que falle a los demás y, cada uno, reconozca lo que por su parte está haciendo mal.

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El Informe PISA, realizado por la OCDE, no evalúa el nivel académico sino los conocimientos y destrezas de alumnos de 15 años en tres campos (matemáticas, ciencias y competencia lectora) considerados claves para integrarse en la vida adulta. El tipo de pruebas que realizan favorece, así, los sistemas educativos de currículos flexibles orientados principalmente hacia aplicaciones prácticas. En el caso de las matemáticas, por ejemplo, a los alumnos españoles se les exige dominar conceptos teóricos y destrezas de cálculo, no tan valoradas en las pruebas PISA. Quienes reclaman una educación más memorística, como la anterior a la LOGSE, deberían saber que obtendrían peores resultados en estas pruebas. El Informe desprecia el valor educativo de lo que no evalúa, como si todo lo que está fuera de esos tres campos no midiera también la educación de un país. De hecho, ignora los objetivos educativos que cada país se fija ni lo que éste considera importante que sus alumnos terminen sabiendo. Al situar a cada país con respecto a la media, a la OCDE, un organismo de desarrollo, le interesa saber cómo pueden integrarse alumnos de distintos países en los de su entorno. Lo que figura en los medios, en cambio, es una especie de clasificación de los países (y ahora también las autonomías) como superventas de la educación, que deben luchar entre sí para conseguir subir en la tabla. Así que, ahora, toca disfrutar de una Liga de Campeones de la educación. Todo sea por el espectáculo. Finalmente, medir la educación sólo con criterios económicos, de mayor o menor rendimiento, puede suponer abandonar la noble idea de que se educa para que los ciudadanos sean cada vez más iguales.

A esto no faltará quienes me critiquen que la LOGSE intenta igualarlos por abajo. Y aquí conviene hablar de la culpa que todos tenemos porque la educación no sea la deseable. Con todas las prevenciones expuestas al Informe PISA, hay que reconocerle que dice algo que todos sabíamos: se lee poco y mal. De eso, y de todos los males posibles e imaginarios de la educación en España, se culpa a la LOGSE. Es algo tan repetido, especialmente por quienes jamás se han leído esa ley, que ya se da por verdad incuestionable. De nada sirve que esa «educación personalizada», que es objetivo básico de la LOGSE, lo sea también de los países más avanzados. Ni que sea una evidencia estadística que la integración en la educación obligatoria de los que antes estaban fuera, baja el nivel medio de resultados (otra vez la palabra) pero, a su vez, extiende la educación a mucha más población. También la inversión educativa ha estado por debajo de la de otros países con los que partíamos en gran desventaja. Ahora parece inconveniente hablar de la paupérrima herencia educativa que, sin embargo, aclara muchas cosas. Esta semana, en la exposición del Barroco un grupo de ancianitas, se supone que cultas, leían fatal pero en voz alta los distintos carteles explicativos; igual hacían padres cuarentones en la carpa del Neolítico. Ambas muestras de falta de educación, usando la palabra en sus dos sentidos, no pueden achacarse a una LOGSE que conocen de oídas. Una profesora de un centro concertado de Cádiz, activa militante contra esa ley que se supone debe cumplir, corrige con faltas de ortografía los dictados de sus alumnos y despacha la enseñanza de lo que no le da tiempo explicar con un «eso lo veis vosotros en casa». Es decir, que os lo enseñe vuestros padres. Esos que han comprado una televisión para cada cuarto, no tienen un libro en casa y le reprochan a sus hijos que no lean nunca. Por la LOGSE.