A LA CONTRA

A la contra | La culpa, deporte nacional

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En este país que padecemos tan aficionado al sillonball y que sigue despreciando la práctica deportiva no profesional, una de las disciplinas más extendidas entre la población es la, por seguir con los palabros de raíz anglosajona, culping, que se traduce como esa funesta manía de echar siempre la culpa a otro. Sucede en todos los órdenes de la vida social, el deporte (el culpable suele ser el árbitro), la política (siempre los otros lo hacen mal y los nuestros nunca se equivocan), el trabajo (el clásico compañero que ante el más mínimo comentario sobre su desempeño profesional invariablemente comienza su réplica con un «es que...»), o la educación, algo que a todos atañe y ante lo que todos escurrimos el bulto. Tras la publicación del informe PISA, que recordemos sitúa a España como el país que más retrocede del mundo en comprensión lectora, llegó el baile de excusas. La culpa es de los continuos cambios en las leyes educativas, dicen los maestros. La culpa es del atraso histórico, dice la Junta. La culpa es de los maestros, dicen los padres. Y todos se apuntan a señalar con el dedo acusador a dos grandes culpables: televisión e internet. De acuerdo con casi todo, y en desacuerdo también. No hay causas únicas. Parece cierto que los sucesivos y vertiginosos cambios legislativos, con una clara intención de hacer daño al adversario político, han colocado a profesores y alumnos en una situación difícil, ya que los objetivos han variado tanto que han acabado por diluirse. También puede ser cierto que nuestra realidad socioeconómica está más cerca de, por ejemplo, la griega o la turca que de la finlandesa, y la inversión educativa se resiente. El que la docencia se haya convertido en el cajón de sastre al que acuden todos los licenciados que no encuentran otro trabajo no es lo mejor que le podía pasar a una profesión que debería tener un alto componente vocacional. Televisión e internet son herramientas para usar y no para que nos usen. Se pueden apagar y conviene recordar su potencial como grandes difusoras de cultura, aunque hay que estar ahí, con los críos, para decirlo y enseñarles. Y eso es tarea de los padres, primeros y máximos responsables. Y normalmente a padres maleducados, niños funcionalmente analfabetos.