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Los últimos minutos de Raúl y Fernando
El azar llevó a los dos guardias civiles asesinados a cruzarse en una solitaria cafetería de Capbreton con los tres miembros de ETA que acabaron con su vida
Actualizado: GuardarEl miércoles por la mañana, apenas tres horas antes de que el guardia civil Fernando Trapero falleciera en el hospital de Bayona, la cafetería Ecureuils estaba vacía y apenas algún jubilado entraba a tomarse un vino. El agente murió a las 12.34, en el momento en el que se sabía que sus asesinos habían sido arrestados en Toulouse. «Aunque no ha tenido ninguna posibilidad desde que le dispararon, mi hijo se ha mantenido con vida hasta que los han detenido», aseguró el padre. Al conocer el fallecimiento, los compañeros de Trapero volvieron a la cafetería y colocaron una tarjeta de recuerdo en el aparcamiento. En el lugar donde ETA le mató a él y a Raúl Centeno ya había dos pequeños ramos de flores.
La tragedia se había fraguado en este local amplio, situado frente a una rotonda que une los pueblecitos turísticos de Capbreton y Hossegor. El anuncio de la cafetería es una ardilla (nombre en francés del establecimiento) y el miércoles por la mañana huele a estofado de ternera, el plato del día. Es uno de esos establecimientos pensados para los veraneantes que en invierno parece solitario y fantasmal. El primer atentado de los terroristas de ETA en Francia contra las fuerzas de seguridad españolas se preparó en sus mesas -vacías a primera hora- y en un parking en el que el único recuerdo del crimen es un guante de látex abandonado sobre el asfalto.
Todo el atentado está rodeado de incógnitas que en algunos casos tienen que ver con los secretos de la clandestinidad y en otros con el factor humano, con las decisiones que se toman en un segundo, sin pensar. El ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, aseguró el jueves que la detención de Saioa Sánchez y Asier Bengoa -presuntos autores del tiroteo junto con un tercer terrorista- «permitirá saber qué sucedió en los minutos previos al atentado». Pero habrá detalles que quizás nunca se sepan.
¿Por qué los guardias civiles acudieron a esa cafetería? A menos de doscientos metros hay otro bar al que podían haber entrado y no se habrían cruzado con los etarras. Pero este segundo bar, situado junto a una tienda de electrodomésticos, no tiene parking. Probablemente, por ese detalle eligieron Ecureuils.
Los etarras ya estaban en el interior del local. Dos hombres y una mujer sentados en una amplia mesa, con vistas al aparcamiento y a las dos únicas entradas de la cafetería. De las más de cuarenta mesas que hay repartidas, Fernando Trapero y Raúl Centeno eligieron los dos asientos situados a menos de un metro de los dos hombres y una mujer. El resto de mesas estaban libres, tenían decenas de sillas para elegir. ¿Por qué escogieron la que estaba situada junto a la de sus asesinos? ¿Quizás querían ellos vigilar también las dos puertas de acceso mientras tomaban su café?
Los etarras venían de entrenarse para matar. Según los efectos encontrados en su coche, en los últimos días habían disparado 142 balas contra una diana improvisada que también ha aparecido en el Volkswagen Golf robado que conducían. Una de las carreteras que sale de la rotonda de la cafetería conduce casi en línea recta a los bosques de Las Landas en los que habitualmente realizan prácticas de tiro los miembros de ETA. Los terroristas tenían tres armas: un revólver Magnun 357, una pistola semiautomática del calibre 9 milímetros parabellum y una tercera -al parecer, del calibre 45-, con la que Fernando y Raúl fueron asesinados. ¿Qué hacían los etarras en la cafetería? ¿Esperaban una cita con alguien que les diese las últimas órdenes o ya las habían recibido? Mientras tomaban su desayuno vieron a dos hombres jóvenes llegar a su lado.
Sonidos
Los dos guardias se sentaron bajo un cuadro que muestra una pequeña flota pesquera, en unos butacones de plástico rosa, pasados de moda. El asiento que no ocuparon tiene un roto que deja ver el relleno y sobre él cuelga la foto de un surfista a punto de ser atrapado por la cresta de una ola. Las fuerzas de seguridad creen que los agentes pronunciaron en castellano alguna frase que puso en alerta a los etarras.
Aunque no ha transcendido de forma oficial cuál era su misión, distintas fuentes han señalado que la Guardia Civil y los Renseignements Generaux se encontraban en Capbreton porque allí habían sido vistos recientemente miembros del aparato militar de la banda, de manera especial, Garikoitz Aspiazu Txeroki. Distintas fuentes han señalado que Raúl y Fernando habían hecho un alto para tomar un café dentro de la operación de vigilancia. Siguiendo las reglas básicas de ese tipo de operativos, se habían alejado de la zona caliente para no molestar a sus compañeros. Estaban solos.
En la cafetería vacía se escuchan todos los sonidos. A las nueve de la mañana apenas hay tráfico en el exterior. Dentro no hay ninguna radio encendida o un aparato de televisión. Saioa Sánchez es una etarra que lleva huyendo desde finales de 2006. El zulo de Amorebieta en el que ella y sus cómplices preparaban la bomba que debía romper la tregua de ETA fue descubierto de manera casual el 23 de diciembre. Dos de sus compañeros de comando fueron arrestados y ella tuvo que pasar más de quince días durmiendo en portales y en el monte antes de conseguir llegar a Francia.
En agosto, su compañero de talde, Aritz Arginzoniz, fue arrestado pocos días después de que cruzase la frontera para preparar un atentado en Santander. En noviembre se reunió con los dos miembros del comando Vizcaya que días más tarde serían identificados por las fuerzas de seguridad. Ella, de 26 años, representa la nueva generación de ETA, inexperta, sin apenas preparación y muy radicalizada. Asier Bengoa, su acompañante, tiene 31 años, ha entrado dos veces en prisión y fue procesado por enviar a la cúpula de la banda datos para matar a un guardia civil. Se los proporcionó su novia, que cuidaba al padre de un agente del instituto armado. La identidad del tercer etarra que escuchaba la conversación de los dos agentes es otro de los enigmas del atentado.
Los terroristas salieron primero de la cafetería y se quedaron en el parking para esperar a Raúl y Fernando. En ese momento podían creer que eran guardias civiles, pero no tenían ninguna confirmación de sus sospechas. En el aparcamiento hay una cámara de vídeo pero enfoca a una gasolinera y a la fachada del supermercado Leclerc, situado a unos quinientos metros. El 1 de diciembre fue un día gris y lluvioso, sin apenas gente por las estrechas aceras. Una incógnita es saber por qué los etarras decidieron no huir, como es habitual, ante la sospecha de que hubieran sido detectados por la Guardia Civil. ¿Por qué eligieron quedarse?
Los instantes del asesinato son muy confusos, con testigos que vieron los hechos de pasada y escucharon palabras que no llegaron a entender. Según una primera reconstrucción, los etarras esperaron a que Fernando y Raúl salieran de la cafetería y les encañonaron cuando iban a entrar en su automóvil, un Peugeot 405 con matrícula reservada del Ministerio de Interior francés. La joven se quedó en la puerta derecha, encañonando a Fernando Trapero, mientras que Asier Bengoa estaba en la izquierda, amenazando con su pistola a Raúl Centeno.
El tercer etarra abrió el maletero en busca de datos que les permitieran aclarar si se encontraban ante dos turistas españoles o ante dos policías. Los guardias civiles no iban armados y, al parecer, tampoco llevaban encima ningún documento que les identificase como miembros de las fuerzas de seguridad españolas. Sus carnés oficiales estaban en el maletero.
Asiento trasero
Cuando el tercer etarra comprobó que eran guardias civiles gritó algo a sus compañeros y después se sentó dentro del coche, en el asiento trasero. Su suerte ya estaba escrita. Les dispararon frente a la cafetería, delante del neón del establecimiento y ante la terraza vacía. Aunque la Fiscalía francesa ha acusado a Saioa Sánchez de ser la autora de los disparos, las fuerzas de seguridad españolas mantienen dudas sobre esa descripción de los hechos. Además, el arma que portaba la presunta terrorista en el momento de su arresto no coincide con la que realizó los disparos en Capbreton.
Fue un asesinato a sangre fría. Nadie escuchó los disparos ni vio nada extraño en el parking, según los dueños del establecimiento. Raúl falleció en el acto y cayó sobre el volante. Fernando quedó tendido a su lado, agonizante. Así los encontró un vecino que entró corriendo a la cafetería a pedir auxilio. Un trabajador de ambulancias que acababa de pedir un café fue el primero en acercarse. El corazón de Fernando no paró de latir hasta que, cuatro días más tarde, dos de sus asesinos fueron capturados.