El debate del cargo vitalicio bajo la mirada del Vaticano
Tocar el tema de la jubilación en la Iglesia supone siempre rozar de refilón el espinoso debate sobre la propia duración del mandato del Papa. La retirada de los obispos se fijó a los 75 años en el Concilio Vaticano II y Pablo VI estableció que a los 80 años los cardenales se quedaban fuera del cónclave. El Papa permaneció al margen de cualquier medida de este tipo, pero la cuestión volvió a debatirse a menudo en los últimos años de Juan Pablo II, enfermo de Párkinson y muy debilitado. Precisamente en ese momento el otro Papa, el negro, decidió que estaba muy mayor, tenía graves achaques y, por el bien de la Compañía, era mejor que renunciara. Kolvenbach se lo pidió a Wojtyla, pero el paralelismo con la situación del propio pontífice era evidente. Un gesto así ponía en entredicho la posición del Papa y daba alas a sus críticos, así que le negó el permiso. Cuando llegó Benedicto XVI, el general jesuita volvió a probar suerte y Ratzinger sólo le pidió que esperara un año. En febrero de 2006, Kolvenbach pudo anunciar su dimisión. Sin embargo, el Papa precisó que era una autorización puntual, ad casum, y debía mantenerse la norma del cargo vitalicio.
Actualizado: GuardarLas Constituciones jesuitas dicen que el cargo de general es vitalicio y sólo se elige otro en caso de muerte, enfermedad grave o si el general considera en conciencia que debe renunciar por alguna razón de peso, aunque siempre necesita el permiso del Papa. El primero en dimitir fue Pedro Arrupe, tras sufrir una trombosis en 1981, pero forzado por Juan Pablo II, descontento con la línea progresista de la Compañía, que intervino la orden e impuso un delegado de transición hasta 1983.
Tras la convocatoria de la congregación general, Benedicto XVI ha insistido en una segunda carta dirigida a la Compañía en que la asamblea no discuta la cuestión del cargo vitalicio, ad vitam. Sin embargo, está en el aire. San Ignacio murió a los 65 años, tras 15 al frente de la orden, y sus dos siguientes sucesores, Laínez y Borja, gobernaron siete años. «Esta norma no estaba pensada para el siglo XXI», admite el portavoz jesuita en Roma, José María de Vera. Ratzinger rechazó poner límites temporales al mandato o a la edad del general, pero sectores de los jesuitas entienden que el cargo no es ad vitam sino ad vitalitem, como ha argumentado el propio Kolvenbach. Es decir mientras dure la vitalidad, la vida activa, del superior. «La congregación clarificará esto», adelanta De Vera. Otro asunto que arrastró cierto debate en su día fue el del cuarto voto, el de obediencia absoluta al Papa, pero también está fuera de discusión en la próxima congregación general.