Identidad perdida

Anoeta acoge hoy un choque entre dos equipos que atraviesan por galopantes crisis de identidad y que se vieron las caras por última vez hace dos años en Primera. Desde entonces, han seguido caminos opuestos que hoy vuelven a cruzarse con la imperiosa necesidad de sumar los tres puntos para auparse de nuevo a ese ficticio carro del ascenso que con tanta insistencia caldean para lo bueno y lo malo los periodistas deportivos en Cádiz y Donosti. La Real llevaba tanto tiempo jugando con fuego que acabó quemándose en el infierno de Segunda. La afición donostiarra todavía no ha tenido tiempo de digerir tan histórico chasco cuando ya está sufriendo en sus carnes los sinsabores de la División de Plata. Apenas unos meses después del monumental disgusto, por La Concha ya son conscientes de que recuperar el prestigio va a costar algo más que sudor y lágrimas. En la Tacita, todo desprende aroma a confusión desde el último descenso. Ni el Cádiz ni afición ni jugadores terminan de ponerse de acuerdo a la hora de valorar qué lugar le corresponde a una entidad que en los últimos meses ha ocupado más titulares por una operación de compra y venta que dejó con el culo al aire a Baldasano, a la alcaldesa y a Muñoz aunque éste haya recuperado el control de las acciones con cierta sensación de triunfador después de haber dejado el club el pasado verano por la puerta de carros. Lo que resulta llamativo es la imperturbable moral del cadismo. Monolítica, pese a los disgustos que le han dado mandatarios mesiánicos y jugadores acomodados, muestra una resistencia colorista a prueba de proyectos infumables y de cuantos fantasmas han aspirado a ocupar los despachos del Carranza. Sólo resta por saber qué resultado acabará deparando ese guiño forzado por lo gaditano que se ha traducido en la presencia de gente como Calderón, Escarti y Procopio en el cuadro técnico mientras Jose González prolonga su año sabático sine die.