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La Aduana: patrimonio de Cádiz

La Aduana es un ejemplar de la arquitectura que podríamos llamar oficialista. Así son tantos otros edificios oficiales, principalmente, de la Administración. Tienen semejanza entre sí, a pesar de ser distantes en el tiempo. Su diseño se apoya en lo clásico, o sea, en lo modélico o canónico, lo cual transmite seriedad, corrección y equilibrio. Esto, en Cádiz, lo explican muy bien la Aduana antigua, hoy Palacio de la Diputación, del siglo XVIII, el Ayuntamiento del XIX y la Aduana del XX. Urbanísticamente, están situados en los vértices de un triángulo que, diríamos, está abierto hacia el puerto, ocupando la Casa Consistorial el vértice más adentrado y los otros edificios situados en los otros vértices parecen dos vigilantes a un lado y otro del puerto. Esto ha ocurrido así sin necesidad de profundos estudios, sino por lo que ha pedido de modo natural la propia historia de la ciudad, consiguiéndose un conjunto armónico implantado de modo definitivo en el suelo para convertirse en imagen viva de Cádiz.

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Los diseños de sus arquitecturas nacen en la zona central de sus fachadas principales. Esta zona viene a ser un invariante característico, que sirve para componer todo el edificio. Consiste en una arcada de tres pasos, que hace de basamento a un orden gigante, el cual abarca las dos plantas superiores. Una es de balcones con remates y la otra de ventanas cuadradas. En estos edificios, el administrado, con claridad meridiana, sabe dónde está la puerta de entrada, cosa que no ocurre en algunas arquitecturas avanzadas en las que hay que preguntar por dónde se entra. Es cierto que el Ayuntamiento soporta sus atributos particulares: una distinguida torre gaditana, que tiene encima un cuerpo relojero, un templete para los sonidos de la campana, orbe, veleta y cruz. Y desde luego, pináculos también flameros. Varía el frontón con escudo. En todo caso, la Aduana tiene a su favor la gran nobleza, riqueza y cromatismo de sus materiales. Son los mismos del mejor edificio de la arquitectura madrileña, que es el Museo del Prado: granito gris serrano, caliza blanca de Colmenar, que clarea más a la luz y ladrillo rojo visto de Alcalá, de tradición toledana.

Al entrar en la Aduana, se llega al formidable espacio de dos alturas, que es como un patio de operaciones de un muy importante banco comercial. Es de gran valor. Un sancta sanctorum. Gran escalera. Suelos y paredes tapizados de mármoles. Negro Marquina, blancos de Almería, rojos de Alicante, cremas marfileños, rosados... Presidiendo todo, una espléndida pintura de un nieto de Rosales. Éste, también tiene una presidencia, con su «testamento» en el «cubo» del Museo del Prado. El nieto es Santonja, padre de Elena, todos pintores. El tema del cuadro no puede ser más significativo. Unos fenicios han desembarcado en Cádiz para mercadear. Esta pintura, a la que se rinde la hermosura del patio, no debe salir de su sitio que fue su destino. Es como la mejor firma de la autenticidad de un gran edificio gaditano que forma parte del patrimonio de la ciudad, desde hace más de 50 años. Las carpinterías de puertas del edificio son de muy buena madera, diseño y escuadría. El alarde de la cantería, con piedras embutidas, molduras con dobles curvaturas... indican la atención tan especial de excelentes maestros artesanos. Lo mismo hay que decir de la rejería, también excepcional. La buena arquitectura se hace inseparable de los buenos constructores y oficios contratados. A cada lado de esa zona central, invariante, el Ayuntamiento separa los huecos con clásicas pilastras. En cambio, la Aduana abandona lo clásico y esa separación, entre ventanas y balcones, lo hace con una trama o retícula de bandas blancas verticales y horizontales de caliza, que envuelve el edificio y que deja encuadrados todos sus huecos. Este tema es un precedente que usa la arquitectura de la nueva estación y de su edificio adosado con una cuadrícula de hierro.

El edificio de la Aduana se defiende solo. Lo que pasa es que hay que quererlo ver. Es de lo mejor del siglo XX. Muestra de una sólida arquitectura, que ya no se volverá a hacer. Es el gran protagonista con mucho, sin ápice de duda alguna, de la nueva plaza de Sevilla. Lógicamente, se impone con superioridad a la estación vieja, cuya restauración es dudosa con esa superficie alabeada de cristal por montera, que no va en una histórica arquitectura del hierro. La Aduana ya es parte esencial de Cádiz y su historia, como son las arquitecturas del Ayuntamiento o de la Diputación Provincial. Cádiz, la ciudad que tuvo siempre a gala su cultura, debe seguir así. La destrucción de la Aduana será el camino abierto para que Cádiz empiece, con fuerza, a dejar de ser Cádiz.