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MARCHA. Partidarios de la unión se manifiestan en Bruselas. / AP
MUNDO

Bélgica degrada su credibilidad

La lucha fraticida entre el norte y el sur impide la formación de un Gobierno y extiende por Europa la imagen de un Estado frágil, a punto de dividirse en dos

FERNANDO PESCADOR
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Más de un político belga debe tener estos días en mente el célebre cuadro de Magritte que reproduce una pipa enorme bajo la que una inscripción declara 'Esto no es una pipa'. Ocurre cuando se observan las contorsiones de equilibrista de Guy Verhofstadt, el primer ministro en funciones, que dirige un Ejecutivo a su vez en funciones que cada vez se parece más a un Gobierno en toda regla, aunque se pasee por el mundo con una declaración formal al pie que reza «Esto no es un Gobierno».

Tras el segundo desfondamiento de Leterme como 'constructor' gubernamental, en Bélgica, al norte como al sur, todos van contra todos. Los liberales francófonos acusan a los 'humanistas' de Joëlle Milquet de haber hecho imposible el acuerdo para la coalición con los socialcristianos y los liberales flamencos. Y esta socialcristiana valona contesta diciendo que Didier Reynders, el líder liberal francófono, estaba dispuesto a hacer cesiones intolerables a los flamencos, y que la última propuesta de Leterme era un trágala insoportable para situar ante la opinión pública la responsabilidad de la ruptura del lado de los francófonos.

Verhofstadt y Leterme quedan a cenar y a última hora cancelan el encuentro porque el restaurante no era del agrado del líder flamenco, que observa su popularidad ligeramente degradada en Flandes mientras que su compañero de coalición, el independentista Bart de Weber, gana puntos en las últimas encuestas

De superávit a déficit

En el entretanto, la credibilidad internacional del país, su triunfo más valioso, se degrada. Las emisiones de deuda pública comienzan a soportar una prima de riesgo y el superávit con el que este año, una vez más, el reino esperaba cerrar la ejecución del presupuesto va camino de esfumarse y de pasar, en cambio, al déficit. La gente observa muy preocupada el encarecimiento exagerado del costo de la vida sin que un Gobierno de fundamento tome medidas para evitarlo y la fosa que separa a la nutrida partitocracia del país de sus gentes de a pie se ahonda.

La perspectiva de un Gabinete de liberales y socialcristianos del norte y del sur, la opción perseguida por Leterme desde junio, se da ya por abandonada. Y en los pasillos comienza a hablarse de otra fórmula -liberales, socialistas y socialcristianos, pero no con Leterme como primer ministro-, que, bajo la égida de Verhofstadt, combatiría la crisis más inmediata y prepararía un verdadero debate sobre la reforma del Estado.

La idea no agrada en absoluto a Leterme y a su partido, el CD&V, que son los ganadores de las elecciones y que tienen asumido como objetivo prioritario la reforma del Estado para convertirlo en una confederación de hecho, que no de derecho, para no perturbar demasiado la presencia del país en los foros internacionales. Y menos aún gusta a los aliados de Leterme, los separatistas del NV-A.

La determinación flamenca de estos días es resultado de una línea de pensamiento que se sustenta sobre dos pretendidos axiomas: el sur es ineficaz y no le importa seguir siéndolo porque el norte financia sus desmanes; y, segundo, Flandes es una nación.

El primero de los dos mensajes es compartido por nacionalistas y no nacionalistas, hartos, como todo el mundo en Flandes, de soportar una fiscalidad desorbitada que se explica, en buena medida, por los dispendios del sur. El segundo, que era patrimonio estricto de los nacionalistas, tanto de izquierdas como de derechas, ha terminado cuajando entre los socialcristianos moderados y ahora, a lo que parece, también entre los liberales de Verhofstadt, al haber tenido que convivir los primeros en la oposición con la extrema derecha independentista del Vlaams Belang, después de dejar el Gobierno en 1999, a raíz de la crisis de los pollos con dioxina. Leterme es el hombre de la síntesis entre el mensaje independentista de los separatistas flamencos democráticos y la racionalidad del «esto no puede seguir así».

El 'proceso Di Rupo'

Estos últimos años ha habido un proceso para intentar el desenclavamiento de Valonia, liderado por el Partido Socialista. Su líder, Elio di Rupo, buscaba desactivar el mensaje de desidia que la parte pobre del país transmite al laborioso norte, restando a los flamencos el argumento que más los aglutina: que «cada tres años, una familia del norte le compra con sus impuestos un coche a una familia del sur». Pero el 'Plan Marshall' de Di Rupo no ha rendido los frutos deseados, entre otras cosas porque no ha tenido tiempo.

Las élites políticas, y buena parte de las económicas, quieren romper con el sur en una jugada de ajedrez de dos movimientos: ahora la mayor parte de las competencias y la soberanía más tarde, cuando todo haya sido digerido. El problema es que la ecuación no sale. Leterme ha fracasado en su esfuerzo negociador porque el objetivo, la confederalidad de Bélgica con otro nombre, no estaba asumido como materia negociable por la otra parte de la mesa. Leterme y el CD&V han cometido un grave error de cálculo. Ahora habrá que buscar un camino más largo que termine llegando al mismo sitio o a sus cercanías. Y quizá no con Leterme como piloto.