Kevin Ayers recobra en su nuevo disco las señas de un pasado injustamente ignorado
Hace unas semanas se comentaba en estas mismas páginas el nuevo disco de Robert Wyatt, músico de reconocimiento crítico generalizado, capaz de aparecer, a sus 62 años, en la portada de la revista nacional de música más rigurosa o en los suplementos culturales de los periódicos más prestigiosos. Sin embargo, la persona de la que nos ocupamos hoy, compañero de aquel en la formación inicial de los capitales Soft Machine y con una carrera propia paralela, nunca ha recibido tan unánimes elogios. Injustamente, creemos muchos. Son la cara y cruz de una misma moneda.
Actualizado: GuardarQuizá a esa falta de reconocimiento haya contribuido el propio Kevin Ayers (Herne Bay, Inglaterra, 1945) con su falta de pretensiones en la composición de unas canciones ajustadas a cánones normalizados que sólo están personalizadas por su deje decadente y una interpretación que ahonda en los sentimientos comunes gracias a una voz seca y profunda muy particular. Es cierto, por otra parte, que la discografía de Kevin Ayers en solitario está llena de altibajos y de unos principios inquietos y dominados por la búsqueda experimental -sus dos primeros discos, The Joy of a Toy (1969) y Shooting at the Moon (1970)- fue derivando hacia un callejón sin salida lleno de irregularidades e intentos fallidos por actualizarse. Pero títulos como Whatevershebringswesing (1972), Bananamour (1973) y The Confessions of Dr. Dream and Other Stories (1974) han alcanzado la categoría de clásicos atemporales del pop británico. Fue en la segunda mitad de su carrera cuando, a partir de su estancia en la paradisíaca ciudad mallorquina de Deiâ, donde extremó su afición de bon vivant y asumió el uso del alcohol y otras sustancias alteradoras de la consciencia como algo cotidiano, el resultado artístico de su discografía empezó a declinar -a destacar, por el lado más negativo el lamentable Diamond Jack And The Queen Of Pain (1983), producido en España por un Julián Ruiz absorbido por la tecnología más vulgar- hacia terrenos poco dignos.
Después de un frugal intento de rehabilitación artística hace 15 años, que se materializó en el competente Still Life With Guitar (1992), al que siguió alguna que otra gira continental -una de ellas pasó por Cádiz con un inolvidable concierto, celebrado en el Aula Magna de Filosofía en mayo de 1995-, llega ahora la que parece la recuperación definitiva de un Kevin Ayers que ya no está para muchos trotes -su maltratado hígado le está empezando a pasar factura- pero que muestra una endiable lucidez. Así The Unfairground (Lo Max-Dock, 2007) llega al mercado como paladín de una justa reivindicación hacia un pasado infravalorado que atesora más virtudes que defectos. Una pléyade de viejas amistades (Phil Manzanera, Hugh Hopper, Robert Wyatt, Bridget St. John) y jóvenes admiradores (componentes de Ladybug Transistor, Of Montreal, Architecture in Helsinki, Teenage Fanclub, Neutral Milk Hotel) arropan al veterano Ayers, en unas composiciones en las que conviven arreglos de metales y cuerdas cabalmente acomodados, sometidas a una común sencillez melódica, con algunos destellos de psicodelia cordial incluidos, que nos retrotraen a sus mejores tiempos de hace ya 35 años. Con unos textos que alternan encuentros y desencuentros y dejan caer interrogantes al viento para un futuro incierto, The Unfairground es uno de esos discos que dan que pensar y, aunque deje un poso de desasosiego, termina haciéndose entrañable.