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Gervasio Sánchez retrata la dura vida de las víctimas de las minas

A Sokheurm Man una mina le amputó una pierna con sólo 14 años cuando volvía del cole en Camboya. Adis Smajic perdió el brazo derecho, el ojo izquierdo y media cara en Sarajevo, con 13 años y a causa de otra mina. Las terribles historias de Sofía, Manuel, Mónica o Fanar son semejantes y ocurrieron en parajes minados de Mozambique, El Salvador, Colombia o Irak. Son las suyas unas Vidas minadas que ha seguido durante un decenio el fotógrafo Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959). Armado con su cámara y mucha voluntad, Sánchez lleva más de una década librando una batalla en imágenes para acabar con las minas antipersona y sus estragos.

MIGUEL LORENCI
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Reúne ahora un centenar de imágenes de estas víctimas en un exposición en la sede central del Instituto Cervantes y publica además un nuevo libro: Vidas minadas: diez años después (Blume) que se vende junto a otro libro con 365 retratos de los mutilados y que recibirán los beneficios que genere. Quiere remover conciencias «acercar a la gente el dolor de esta víctimas» y forzar así a los gobiernos «a que dejen de fabricar y vender estas letales armas y denunciar su doble moral».

Cuatro de los críos y adolescentes que fueron víctimas hace diez años de estos mortíferos artefactos acompañan estos días al fotógrafo en la presentación de la exposición, el libro y la campaña contra la minas. «Son parte de mi familia», dice Gervasio Sánchez de la camboyana Sokheurm Man, la mozambiqueña Sofía Elface Fumo Massaca-Boane, el bosnio Adis Smajic y el salvadoreño Manuel Orellana.

Los protagonistas

En 1997, el fotógrafo presentó la primera muestra sobre el calvario de las víctimas de las minas en países como Bosnia, Mozambique, Camboya, El Salvador, Irak, Angola, Afganistán, Nicaragua o Colombia. Quiere «poner nombre apellido y rostro» a las víctimas para contrarrestar la frialdad de unas cifras terribles.

Cada año las minas provocan 15.000 nuevas víctimas en los países afectados por esta dramática situación. Unos 300.000 supervivientes sufren algún tipo de mutilación y padecen dolor físico y secuelas psicológicas durante años. Quienes han sufrido la pérdida de miembros a edades tempranas necesitarán cambiar de prótesis unas 25 veces en toda su vida. Su coste es impagable para la mayoría de afectados que viven en países con rentas inferiores a los 40 euros.