Una fachada de Zara
La embajada de Piazza di Spagna estrena nueva cara ante el Papa, gracias a un donativo de Amancio Ortega a su paisano Paco Vázquez
Actualizado:Resabios de alcalde», dice el embajador de España ante la Santa Sede y ex-alcalde de La Coruña, Francisco Vázquez, para explicar la jugada. Hace un año, en una comida, convenció a su paisano Amancio Ortega, dueño de Inditex, la empresa de Zara, y el hombre más rico de España, para que le echara una mano con la restauración de la fachada del edificio diplomático. El palacio, la embajada permanente más antigua del mundo, se levanta en un lugar envidiable al que da nombre, la Piazza di Spagna. Era bonita, con ese color desteñido de las casas de Roma, pero algunos turistas han llegado a entrar para protestar por el estado avejentado del edificio. Ya cantaba mucho tras la restauración de Valentino, que está enfrente, y la sede de Propaganda de la Fe, que está al lado. Necesitaba una limpieza. Hasta que ha llegado Vázquez y Ortega ha soltado un millón y medio de euros. Endesa ha pagado la iluminación y Exteriores, otro millón para el resto.
Las obras han durado nueve meses, y ayer retiraban los últimos andamios. Todo tenía que estar listo para hoy, fiesta de la Inmaculada, porque es el día en que el Papa se para ante la embajada para bendecir la estatua de la Virgen situada ante el edificio. Estará presente el coro de la catedral de Pamplona, dirigido por Aurelio Sagaseta.
La fachada de la embajada parece otra y despista a los romanos. Ahora luce un color «marfil travertino», según definición de Vázquez, similar al original del siglo XVII. Fue entonces, cuando el embajador Íñigo Vélez de Guevara, conde de Oñate y Villamediana, compró el palacio. Había embajadores españoles ante la Santa Sede desde 1480, pero andaban siempre viviendo de alquiler. Es un enorme palacio con encanto, salón del trono y apartamentos para la Casa Real. Aquí vivió y pintó Velázquez y se gestaron el tratado de Tordesillas y la batalla de Lepanto. La escalera interior es de Borromini y en un salón hay dos famosos bustos de Bernini. Pero lo que priva a Vázquez es levantar los paramentos de un pequeño altar y mostrar el cuerpo incorrupto de San Lattanzio, para impresionar a las visitas.