Dejad que los niños....
Bajo la inocencia de sus lentes se escondían dos ojos llorosos. Apenas levantaba tres palmos del suelo y sostenía en su brazo derecho un cuaderno de anillas, de esos de toda la vida donde pone Guerrero en la pasta. Pero se veía que se lo había tenido que comprar esa misma mañana porque no le había quitado ni el precio. Vamos, que lo iba a estrenar. El motivo de su dolor, la negativa del botones de turno a dejarla entrar en el hotel. Sólo quería un autógrafo de sus ídolos.
Actualizado:Uno que levanta algunos palmos más, pero sólo pocos, quiso mediar en la puerta giratoria y tuvo éxito. Había que meter a la niña dentro como fuera. Tan nerviosa estaba que no se había quitado ni la bufanda y eso que la diferencia de temperatura entre el exterior y el hall era considerable. Bueno, realmente no sé si eran los nervios o que su mirada sólo se preocupaba de comprobar como los números iban descendiendo en los indicadores de los ascensores. Y cada vez que saltaba del 1 al 0, más grandes eran sus saltos de alegría y satisfacción. Así que su gozo no se quedó en un pozo. Lo más paradójico de todo fue comprobar como se despedía de sus héroes dándoles las gracias, cuando más bien deben ser ellos los agradecidos porque gran parte de su sueldo se lo deben a todos los que, como decía el singular Fernán Gómez en el spot televisivo, nos pasamos dos horas a la semana viendo correr a tíos en calzoncillos. Y se marchó, con un último beso para el mediador y un saludo para los que, en autobús, se dirigían a su lugar de trabajo. ¿Ya quisiera yo irme para currar tan agasajado! Por eso cobran lo que cobran.
Sucedió en Almería pero puede que pase semanalmente. Sólo un mensaje: «dejad que los niños se acerquen a ellos». Pero a algunos de ellos, un mensaje también: Que nadie se lo crea, porque Jesucristo es irrepetible y en su época no se habían inventado los auriculares.