MAR ADENTRO

Corazón de jambá

Es cierto que en Cádiz tuvo La Lirio un café de marinero, que hay quien dice que el tango carnavalesco se está perdiendo y que los santitos de San Juan de Dios siguen saliendo a pedir limosna para enterar al general Riego. Pero más allá de la copla, del tirititao y del pito carnavalesco, la ciudad guarda un diminuto callejón para el jazz, una íntima plazoleta del be-bop donde cualquier noche alguien recuerde el piano paisano de Chano Domínguez o un dream-team de sonidos negros tocados por blancos que bien pudieran llamarse Pedro Cortejosa, José Guillamó, Juan Sainz, Javier Galiana, Juanito Gómez Galiardo, Luis Balaguer, Carlos Villoslada, José Manuel Aragón, José López, Jesús Lavilla, Tito Alcedo, Nono García, Rosa Candón, Mariló Rico, nuestro franksinatra José María O'Ferrall, Pedro Miguel Calvo, Sergio Monroy, Alfonso Gamaza o Manolo Perfumo, cuyo padre ya militaba en una jambá.

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¿Y qué era una jambá sino una jazz band, en el Cádiz de los años 50 cuando antes de que los yanquis llegaran a colonizarnos Rota ya le habíamos vendido nuestra alma a esa música del sur con la que muchos aficionados perdimos gustosamente el norte?

Pedro Payán recoge dicha voz en El habla de Cádiz, aludiendo a ciertos hombres orquestas y hay quien entiende que en aquella ciudad musicalmente heroica bajo el franquismo, jambá se llamaba a cualquier grupo musical que contase necesariamente con una batería a bordo.

Sea de una o de otra forma, este lugar estaba abonado para que su corazón galopase a la grupa de una jam-session en garitos incombustibles como el Cambalache o en escenarios de rompe y rasga como el del Gran Teatro Falla que, el próximo viernes, volverá a acoger a la Sonora Big Band, que viene cumpliendo su décimo cumpleaños a lo largo de este 2007 que también sabe a Generación del 27 y a banderas verdiblancas ondeando, treinta años atrás, sobre el río de sangre que algunos vertieron sobre este país de todos los demonios.

Sus veinte músicos habituales -trombones, trompetas, saxofones y sección de ritmo¯se harán acompañar de otros cómplices para ponerle nueva piel a la vieja ceremonia del jazz y del swing, en donde siempre caben guiños al flamenco, a la canción de autor y al pop-rock. Pero seguro que esa jambá nuestra que está en nuestro Cádiz nos hará revivir aquella vieja emoción que deparó Chick Corea sobre el viejo Teatro Pemán compartiendo escenario con Paco de Lucía. O cualquier noche cargada de humo y de alcohol en un garito donde la música nos llevase a California, hacia el ojo de cualquier tormenta o a un tiempo de verano cuando el algodón esté alto y las preocupaciones parezcan remotas.

No es raro que el jazz forme parte del paisaje y de la memoria de Cádiz, porque en el fondo es una música con sabor a muelle y a ventisca, a callejuelas estrechas donde el único idioma posible sea el de unos ojos que se entornan para saborear ese raro himno de la vida al que aquí, no se sabe muy bien, le llamamos jambá. Antes de que nos trajesen los malditos Polaris, en Cádiz puso su pica en Flandes este raro ritmo a cuyos comandantes Louis Amstrong, Billie Hollyday, Chet Baker o Ella Fitzgerald no vamos a pedirle nunca que se vuelvan a casa como esos otros yanquis malanges y sin compás que en vez de acribillarnos con la melodía de la belleza se dedican simplemente a acribillar a los pueblos a los que, más allá de motivos estrictamente musicales, no suele gustarles sus barras y estrellas.