Armar el Belén
No soy precisamente el espíritu de la Navidad: ni de la pasada, ni de la presente y dudo que vaya a serlo de la futura. Claro que me gusta el espíritu familiar de estas fiestas, las luces y adornos en las calles e incluso ese afán de todo el mundo por hacer buenas acciones -aunque el resto del año no sean capaces de ponerse en la piel del otro-. Pero tampoco me va la vida en ello, más bien me dejo arrastrar.
Actualizado: GuardarEn el otro extremo están Mochano y mi amiga Miriam, que ya hace semanas que debaten el montaje de su Belén de este año, y que hacen cábalas de cómo ir poblándolo de nuevos habitantes. Siempre pasa lo mismo: Mochano, cual Pocero, negocia conmigo cuántos metros va a comerse esta vez del salón de casa, y yo cedo. Luego hace el presupuesto para comprar más ganado y para levantar más casas, y yo me limito a ayudarle a financiarlo todo. Él hace estudios de ingeniería, recoge musgo natural, y yo como mucho trato de quitarle las arrugas al papel albal por si lo usa para el río.
En lo que estamos de acuerdo es en que Papá Noel no tiene mucha cabida en nuestro hogar: a mí nadie me va a arrinconar a los Reyes Magos.
La parte que más me gusta de estas fiestas es la de las zambombas, que descubrí al llegar a Jerez. Sobre todo ahora que ya me sé algunas letras. La primera vez que pisé una lo hice armada de pandereta y de villancicos cargados de peces en el río y marimorenas. Y no pude abrir la boca al encontrarme con madroños, calles de san franciscos y micaelas.
También me gustan las copitas en el centro, donde me encuentro a gente como Alex, Vane y otros tantos tan fiesteros como yo.