LA GLORIETA

Amigos S. A.

Lo de E. es un ejemplo de cómo ser civilizado puede tener sus ventajas. E. conoció a M. cuando tenía 19 años. Tras una serie de pequeños fracasos sentimentales propios de la adolescencia, M. parecía el tipo para toda la vida. Ese al que no le daría vergüenza confesar que veía Gata Salvaje, a pesar de su licenciatura y su MBA. Ese con el que ella podría ser ella misma, una vez que el eye-liner se fuera por el desagüe y los chorros de laca cantaran lo de adiós/ que triste fue el adiós sin ti, de la Lupe.

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Pero uno cambia. El otro cambia. El país hace lo propio. Las circunstancias, el trabajo, los amigos, los deseos y los gustos ya no son iguales 10 años después. Y todo se diluye como la sombra de ojos -por más Dior que ponga en la caja- a las cuatro de la mañana.

Y al despertar, E. se dio cuenta de que compartía hipoteca con un tipo que ya no poseía ni la tez aceitunada de su juventud (era más bien un color cetrino), ni la sonrisa con la que cada día le recibía en la universidad.

Total y para abreviar: sobrevivino la separación, pero como E. es una mujer de principios (prácticos) por encima de todo, pensó:

-El (amor) muerto al hoyo y el vivo al bollo.

Y la viva, que era ella, decidió seguir compartiendo su mitad de piso con el hombre del color cetrino.

Ahora todas las noches, cuando E. llega a casa, abre el frigorífico y dirige la vista hacia las dos baldas de abajo. Son las que le han tocado en el reparto. A veces, frente a la tele, se ríen al mismo tiempo de alguna tontería. Otras se dejan notas como: Hay que pagar el gas. Más que una Sociedad Limitada, lo suyo es una sociedad anónima en toda regla.