LOS PELIGROS

Dos constituciones

Este jueves se cumplirán 29 años de la aprobación en referendum de la actual Constitución. Para celebrarlo, la asociación de vecinos Cádiz Centro ha editado un CD con los textos de esa Constitución y los de la gaditana de 1812. Está bien que esta iniciativa se dirija a los alumnos pero no estaría de más que esa sana pedagogía de comparar ambos textos también nos llegue a todos los demás. Porque parece oportuno que, en esto, no vaya a suceder que nos dejemos confundir por las voces de un mal entendido patriotismo local y vayamos ahora a reivindicar, como excelente, lo que no dejó de ser un buen primer paso. Puestas blanco sobre negro, nuestra querida Constitución de 1812 parece un borrador de democracia orgánica comparada con la que ahora nos rige.

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No es cuestión de que nadie se de golpes de pecho, sino de que antes se lea las dos. Los patriotas locales, siempre tan interesados en que pasemos por su caja electoral, podrán seguir haciendo pastelería industrial con su interpretación del Doce pero, hay que decirlo, las libertades allí eran muy poquitas comparadas con las de ahora. Estaría bien un poco de decencia histórica y que se dejaran de vendernos aquel liberalismo de pañales y elitista.

A estas alturas, no parece siquiera civilizado que, en la Constitución de 1812, se le negara la ciudadanía a todas las mujeres, o se la limitara a los españoles «originarios del África» que, a criterio de las Cortes, se la mereciesen. O que esos escasos derechos pudieran suspenderse por tener deudas, estar parado, trabajar de sirviente o por estar simplemente procesado, con lo que la simple acusación judicial ya valía para eliminar civilmente a alguien. Se habla del gran avance que supuso la libertad de imprenta, y es cierto. Como también lo fácil que cualquier denuncia por lo escrito acababa con el autor en la cárcel. Difícilmente podría defenderse ahora como libertad de expresión.

Ni ese sistema de votos indirectos sucesivos que terminaban con la elección del preboste, liberal o conservador, que tenía el dinero suficiente para inscribirse. Sin entrar en más detalles, hecho de menos que quienes reivindican ahora aquella Constitución gaditana no aclaren que la suya es sólo una recuperación sentimental y no política. Sí habría, en cambio, que convertir en práctica política cotidiana su artículo trece: «el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política es el bienestar de los individuos que la componen». Sólo ese fin. No se olvide.

Hay olvido, interesado también, en la celebración de la Constitución actual. Ha habido intentos de apropiación de lo que son, nada menos, que reglas de comportamiento común. Casi, de urbanidad. Baste recordar, el año pasado, cómo el equipo de gobierno popular en Cádiz no invitó a la oposición a los actos de celebración de ese día. Ahora, quienes dicen defender la Constitución hacen un expurgo selectivo de lo que les gusta y lo que no. Se celebra la Constitución pero, a la vez, se decide no renovar uno de sus órganos fundamentales, el Consejo del Poder Judicial, porque perderían la mayoría conservadora, aunque esa pérdida fuera decidida por las pasadas elecciones generales. O se recusan a jueces del Constitucional en base a informaciones que, cuando son desmentidas por los aludidos, se dice que son éstos los que mienten, creyendo antes al periódico afín que a los altos jueces que deben interpretar esa Constitución que, sin embargo, dicen seguir defendiendo. Ahora los populares proponen algunas reformes «limitadas»: un Tribunal Constitucional de jueces vitalicios y más mayores (aumentar la experiencia es subir también la edad), medio Consejo del Poder Judicial elegido por los propios jueces (como si sólo decidiese sobre asuntos internos suyos) y blindar competencias del Estado frente a las autonomías.

En esta falta de memoria, se olvida que Alianza Popular, el partido que se refundó en el actual PP, votó en contra de esa Constitución porque no les gustó el Estado de las autonomías. Con estas reformas tan profundas, ¿no se está poniendo en duda toda la Carta Magna?. Un Poder Judicial menos participado por los ciudadanos y administraciones menos cercanas. Más parece una Contrarreforma.