El rey de Bélgica pide al primer ministro saliente que lidere un Gobierno de transición
El monarca plantea la creación de un Ejecutivo provisional para sacar al país de la parálisis institucional
Actualizado: GuardarBélgica entra en territorio político ignoto. Este «experimento permanente de ingeniería política», como lo definía hace años Willy Claes, cuando ocupaba la cartera de Exteriores, parece haber agotado el margen para buscar salida acogido a las diferentes sensibilidades, ante el abismo que separa a las reivindicaciones flamencas de las de la minoría valona en esta hasta ahora nación unitaria.
El sábado, constatado por segunda vez su fracaso en los intentos de consensuar un Gobierno capaz de proceder a una reforma de la Constitución para convertir Bélgica en un Estado confederal, Yves Leterme presentó su dimisión al rey Alberto II, que ayer llamaba a consultas al primer ministro en funciones, el liberal Guy Verhofstadt, para ver la manera de que el país sea gobernado provisionalmente hasta probablemente la primavera avanzada de 2009, cuando podrían ser convocadas legislativas.
Ese escenario es, naturalmente, caótico. Existe una impresión bastante extendida entre la clase política de que todavía hay margen para negociar. Aunque sólo sea porque, en teoría, existen otras coaliciones políticas imaginables para dirigir el reino, aparte de la de socialcristianos y liberales, en cuya forja Leterme ha fracasado dos veces.
Nefastas consecuencias
Pero una cosa es lo que piensan los políticos y otra, a lo que se ve bastante diferente, lo que el país en sí puede soportar. Son cada vez más fuertes las voces que advierten de las nefastas consecuencias que este 'impasse' tiene en la vida económica de Bélgica. No hay autoridad política para tomar medidas de gran trascendencia con las que hacer frente al encarecimiento de la vida y la 'imagen de marca' de Bélgica en el extranjero se resiente.
De modo que, a falta de un consenso imaginable, el rey quiere que, hasta que la situación se aclare, Verhofstadt gobierne con los socialistas. Como cabía imaginar, un planteamiento de estas características ha abierto el apetito de los partidos que, como el socialista, tras el estrepitoso fracaso de las elecciones de junio, estaban llamados a vivir con el cinturón apretado. Elio di Rupo, el líder socialista valón, pide un Ejecutivo de salvación nacional, una especie de 'todos a una' para reflotar la nación. Pero Di Rupo no es una autoridad creíble, y él lo sabe, de modo que lo que el rey le ha planteado a Verhofstadt es una gestión un poco más política y profunda de los asuntos del reino que lo que se encuadra habitualmente bajo el título de 'asuntos corrientes', que no son otra cosa que los actos de gobierno que resultan de decisiones previamente adoptadas. Para todo lo que exceda ese ámbito, Verhofstadt deberá contar con la autorización expresa del Parlamento, que emitirá sus autorizaciones caso por caso.
Para un país de gestión ya de por sí pesada como lo es Bélgica, el que haya que requerir permiso a la Cámara para cualquier acto de gobierno de cierta entidad abre incógnitas sobre las cotas de ineficacia a las que la cosa pública puede llegar los próximos meses.
Mientras, en el norte, los flamencos no ceden. Leterme, que parecía mostrar una posición más dúctil tras seis meses de idas y venidas a palacio, se ha encontrado con que su propio partido, los socialcristianos del CD&V, mantiene una posición extremadamente firme sobre la reforma del Estado, en sintonía con los indepen- dentistas de NV-A, con los que forman coalición desde 2002.