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Opinion

Unos palmos de tierra palestina

Ya van tantos intentos de apaciguar el conflicto palestino-israelí que el escepticismo es casi parte indisoluble del paisaje. Esta vez, los Estados Unidos han retomado la iniciativa después de incontables viajes de Condoleezza Rice y otros tantos cambios de perspectiva. El encuentro ha sido en Annapolis -la academia naval estadounidense- y todos han regresado a casa después de discursos de buenas intenciones y el vago compromiso de llegar a un acuerdo de paz antes de que acabe el año próximo, es decir, para cuando la ciudadanía americana vote a su nuevo presidente.

VALENTÍ PUIG
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No estaba invitado Hamas, el movimiento terrorista islámico que ganó las elecciones en Gaza. Por parte de Israel, el primer ministro Olmert sufre una franca debilidad política que afecta a su gobierno de coalición y el presidente de la Autoridad Palestina, Abbas, no controla realmente toda Palestina. Para la paz lo imprescindible en acordar concesiones y buscar fórmulas de transacción efectiva sobre el condominio de la ciudad de Jerusalén, los asentamientos israelíes, la cuestión de los refugiados palestinos y la forma del Estado palestino. Para quienes le convirtieron en una leyenda, ahora es constatable que Arafat fue siempre un obstáculo para la paz y un lastre para las gentes palestinas. Por su parte, Siria busca recuperar las alturas del Golán. Israel ya entró en conversaciones hace años sobre el Golán pero queda por solventar la cuestión del suministro de agua, algo crucial en Oriente Medio.

En estas circunstancias, a George W. Bush solo le quedaba la posibilidad de decir que Annapolis ha sido «un punto de partida, no un final!». ¿Podrán los moderados de aquellas tierras protagonizar una aproximación coherente y pragmática? En Oriente Medio, Washington pasa por una fase intensa de impopularidad a causa de la intervención en Irak. Como factor contrapuesto, los países sunnitas parecen estar por la pacificación y por parar los pies a Teherán. Irán no ha estado en Annapolis, ni su tentáculo armado, Hizbollá. Lo que queda es el manoseado mapa de ruta de 2003 cuya desembocadura sería un Estado palestino, algo de difícil concreción en este momento, a pesar del efecto de empuje que haya generado el encuentro de Annapolis. En Tel Aviv no pocos piensan que aquel encuentro ha sido de orden estrictamente simbólico. Queda una tierra bañada en sangre, en la que mientras tenía lugar la reunión de Annapolis, los terroristas de Gaza lanzaban cohetes contra Israel.

Los precedentes son de todo tipo: en Camp David fraguó la paz entre Israel y Egipto, en 1978; en 1993, Rabin y Arafat de dieron la mano en los jardines de la Casa Blanca; en el año 200, Clinton forzó la marcha para que Arafat y Ehud Barak llegasen a un acuerdo pero no lo logró. Así hasta que, en 2003, Los Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la ONU se pusieron de acuerdo en iniciar el mapa de ruta.

En Annapolis, los dos bandos han acordado lo que prácticamente era el mínimo posible: ponerse a negociar. Es algo que ya se ha intentado en muchas ocasiones. Pero también es verdad que los más pesimistas suponían que de ahí no saldría ni un solo acuerdo. Ahora todo recomienza aunque sea en términos poco específicos salvo en el calendario de reuniones. No son fáciles los entreactos de las tragedias. A corto plazo, a lo peor quien paga la factura de Annapolis es el Líbano. Constatada por los testigos una cierta voluntad de paz, en Oriente Medio comienza un nuevo proceso. Para los moderados, el acicate puede ser -según la BBC- que todo todavía estaría en disposición de empeorar.