Pamplona y su aroma torero
Cuando uno va a las dehesas del norte y siente el frío mañanero en su piel, se da cuenta de que jamás de los jamases esas personas acostumbradas pueden saber y sentir como nosotros. Viviendo los San Fermines, uno se da cuenta de que son mucho más que ruido, peñas y borracheras por doquier. Formando parte todo ese caótico, sonoro e infernal ruido del modo de entender el toreo en el norte, existe un aroma místico y espiritual en ese correr a los toros por las calles y plazas de la ciudad. Ver a estos animales galopar, luchar y reinar durante ese agónico recorrido que, aun siendo largo, dura escasos minutos, uno se da cuenta de que no es sólo emoción y pundonor, es todo un homenaje más allá de lo festivo a este animal y a la propia fiesta española. Ver a los cuernos cortar el viento a la velocidad de vértigo por las calles y cafeterías mismas donde uno se puede sentar y pasear a escasos minutos, impregna a esta ciudad de Pamplona de un sutil escaparate teatral donde lo mágico y lo terrorífico tienen un mismo sabor: el sabor del toro bravo. Es ese sabor que enamoró y fascinó a personajes como Hemingway, que si bien quizás no entendió las entrañas del toreo, sí supo dar cuerpo a todo lo que rodea el sentir de Pamplona.
Actualizado: GuardarEl respeto que un aficionado del norte muestra al toro de lidia es casi más sorprendente que el nuestro, si bien aquí somos más toreristas y tenemos una sensibilidad a la hora de percibir el aroma clásico, la cual ellos en ocasiones carecen. El aficionado del norte posee como una coraza de tortuga con abrigo de sus fríos y sus nieves. Es rudo, crudo, seco y estudioso, pues entienden y se preocupan muchísimo por la raíz y la procedencia del toro en sí. En cierta ocasión, cuenta Curro Romero: «Me insistían para que fuese a torear a esas plazas del norte como Pamplona y Bilbao; y mi respuesta fue que no, porque ni yo los entiendo a ellos ni ellos me entienden a mí». Quizás en la respuesta del artista se perfila toda esa diferencia del sentir taurino del norte con el sur. A mí Pamplona me encanta por ese magnetismo antiguo del amor por el toro en sí, y son precisamente esas dos visiones como monedas y sus dos caras del norte y el sur cuando uno las conoce, las que enriquece nuestro tesoro cultural.