Un 'demócrata' del KGB
Las maneras desenvueltas del jefe del Kremlin ocultan muchas de sus antiguas y permanentes obsesiones
Actualizado: GuardarAquel hombre agrio y taciturno que, de forma inesperada, Borís Yeltsin nombró primer ministro en agosto de 1999 tiene poco que ver con el actual presidente de Rusia y vencedor de las elecciones legislativas de ayer. Al menos en la apariencia y en los modales. Vladímir Putin es ahora un líder mucho más desenvuelto y seguro de sí mismo.
Sin embargo, conserva intactas muchas de las manías y obsesiones que le inculcaron en el KGB. Es desconfiado, opaco, piensa que no hay término medio; el que no es amigo es enemigo, y carece de barniz de estadista. En sus ocho años en el poder, ha sido incapaz de trazar una estrategia que convierta de una vez Rusia en un Estado moderno. Su idea del orden le lleva a querer controlarlo todo y a no delegar. Ha demostrado no ser un auténtico demócrata, aunque él cree que lo es «en estado puro». Para él los derechos y las libertades no son una necesidad sino una pantalla, un decorado necesario para que Rusia sea aceptada en Occidente.
Mismo discurso
Todavía hoy sigue repitiendo el mismo discurso que le encumbró a la presidencia en 2000. Las amenazas a las que Rusia debe hacer frente «con todos los medios disponibles» siguen estando vigentes: la desintegración del país, la injerencia extranjera, el terrorismo internacional, el caos y la labor de zapa de los oligarcas vendidos a Occidente. Más tarde, añadió otros desafíos a la lista: las 'revoluciones naranjas', el desequilibrio nuclear y, últimamente, los planes de Estados Unidos de desplegar elementos de su escudo antimisiles en Polonia y la República Checa.
De Chechenia sólo habla para decir que allí todo va bien y que la guerra terminó, pese a que los periodistas extranjeros continuamos teniendo limitado el acceso a la república rebelde. Tampoco le gusta utilizar mucho la palabra corrupción, aunque ya ha lanzado varias cruzadas para erradicarla. Todas ellas fallidas. Nunca pone sus planes al descubierto. No lo ha hecho ni siquiera durante la actual campaña electoral. Los rusos le han votado a ciegas, confiando sólo en su palabra y en la supuesta existencia del enigmático 'plan Putin'.