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A CADA UNO LO SUYO

Mundo gélido

Frío y tenebroso es el planeta que habitamos, y no habrá nada que el calentamiento global pueda hacer para remediarlo, pues no es de algo mensurable con un termómetro de lo que les hablo, sino de la frialdad de la propia existencia humana; miedo, dolor, incomprensión, rechazo, llanto, violencia, remordimientos, hambre, desamparo eso es lo que la mayoría de la gente experimenta la mayor parte del tiempo. Y no me refiero al tercer mundo o a los países en guerra, aunque inmenso sea el sufrimiento de quienes allí habitan, sino a todos los que vivimos en esta esfera azul, tirando a gris, con futuro negro. Puede que nosotros, los afortunados, no pasemos hambre ni frío, pero nada nos libra de la quemadura del temor, de la náusea del vacío, de la pesadilla de la duda, de todas esas preguntas que nuestra alma quiere hacer, pero cuya respuesta nuestra mente no quiere o no puede conocer. Cuestiones acerca del origen y el por qué de la maldad que mora en nuestro interior, del egoísmo que comanda nuestra existencia como si fuera el maestro titiritero que maneja los hilos de la humanidad. Similares a las manchas residuales de bosques primigenios de la Tierra, la felicidad humana no son sino islotes dispersos en un océano de dolor hecho de lágrimas rojas derramadas a lo largo de milenios.

JOSÉ LUIS TORO
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¿Hay esperanza?, la hay, sí, pero olvídense de mundos felices, planetas pacíficos y utopías similares para mentes necias. A lo más que aspiramos, y no es poco, es a que la bondad, que también anida en el seno del hombre, la capacidad de sacrificio, la nobleza, la valentía y la honradez, sigan siendo capaces de contener el huracán permanente de barbarie que lleva asolando a nuestra especie desde el trágico y glorioso día en el que a un mono le fue dado preguntarse a sí mismo quién era y para qué estaba allí. Un millón de años hace ya, y el simio sigue sin respuesta. Así que renuncien a entender la raíz del mal, y empleen toda su energía en combatirlo; resistan las tentaciones, las presiones, la casi obligación por decreto, de abandonar la lucha y convertirse en autómatas alimentados con papilla de rayos catódicos; sean fuertes y hagan fuertes a sus hijos para que tengan alguna posibilidad en la batalla; y, sobre todo, den tanto calor, protección, cobijo y amor como puedan a esos seres por los que serían capaces de dar la vida y a los que, sin embargo, tanto daño hacen a veces. Ciertamente, por más que no podamos asumirla, esta es la terrible gran verdad de la existencia humana: que tan sólo se trata de una guerra sin tregua ni final contra la bestia espantosa, contra la auténtica alimaña, contra el monstruo inhumano que cada mañana nos devuelve la mirada desde el otro lado del espejo. acadaunolosuyo.blogspot.com