Las hijas del feminismo
Quizá por seguir el juego, quizá por un «pique» o incluso por que la propuesta le resultó interesante, por qué no, un profesor de la Universidad amigo envió a sus alumnos, en el pack de «lecturas ejemplares» que suele hacerles llegar cada lunes para estimularles en el estudio, mi artículo del pasado domingo. Le interesó contradecir lo que yo decía acerca de que seguramente la mayoría de los hombres que hubieran comenzado a leer aquella reflexión sobre la violencia de género, en el Día Internacional contra los Malos Tratos a las mujeres, habrían abandonado la lectura rápidamente, al pensar que el tema no iba con ellos, y que de alguna manera «ya están otra ven ellas con sus cosas», frente a mi idea de que este estigma social es, sobre todo, cosa de hombres y son ellos quienes han de encabezar la manifestación para acabar con el problema.
Actualizado: GuardarSi en principio la propuesta me halagó, no lo oculto, sus resultados no han podido ser más apasionantes, y espeluznantes: la mayoría de las respuestas al artículo han procedido de alumnos hombres, y ellos se han mostrado escandalizados contra la violencia machista y han opinado que sobre los agresores debe caer todo el peso de la ley. Por contra, ninguna alumna ha respondido. Mi amigo el profe ha buscado explicación y ésta es la que se le ofrece: ellas no se sienten concernidas porque, en buena parte, han aceptado que los malos tratos que reciben de sus novios o parejas son «lo normal». Según esta explicación, que procede de una psicóloga en contacto con el mundo universitario gaditano, entre las jóvenes que estudian en la UCA no se considera un agravio, un horror, algo inaceptable, que el hombre, el novio, les impida vestir determinadas prendas o salir a ciertos sitios, o hasta cosas peores. Me parece tan tremendo que no creo que deba caer en saco roto, me siento obligada a dar la voz de alarma para que los organismos competentes intenten verificar el dato que, aunque procede de una muestra nada científica, no puede dejar indiferente a nadie, y menos aún a cuantos organismos relacionados con la mujer y la igualdad hay en las administraciones públicas y universitarias.
Porque, aunque es verdad que no se trata apenas más que de un comentario en un ámbito concreto, hay otros muchos indicios de que las cosas son así, y quienes trabajan en asuntos sociales, o con menores, saben de cómo las adolescentes de estos comienzos del siglo XXI, en estas mismas páginas lo hemos publicado, consideran «normal» que el novio les pegue. Lo confirmaba el otro día, en el coloquio del programa de Canal Sur Mejor lo hablamos en el que tuve ocasión de participar, el juez Emilio Calatayud, que incluso contó que ha tenido ya que dictar alguna orden de alejamiento en una pareja de chiquillos.
Sabido es que la violencia machista afecta a todas las clases y estratos, pero que las mujeres a estas alturas, tras más de un siglo de lucha por sus derechos, no sean conscientes de ellos, de los más básicos, y que sigan viviendo en un esquema de dominación propio de sus abuelas, consintiendo incluso con los viejos clichés de que el chico que va con muchas es un «machote» y la muchacha con varios novios es ya marcada como una «puta», resulta demasiado grave como para dejarlo en un episodio anecdótico, en un chiste. Aunque no fuera una conducta mayoritaria, aunque sean casos aislados, no dejaría de ser un aldabonazo para todos y nos golpea, sobre todo, a las mujeres que nos hemos comprometido con la lucha por la igualdad, porque lo hemos hecho por nosotras y por nuestras hijas, para que se encuentren un mundo mejor. Es clara la resistencia al cambio de un pensamiento patriarcal anclado en la noche de los tiempos, pero no puede pasar que la conquista de los derechos de las mujeres quede en un episodio histórico con vuelta atrás o en una cuestión de élites.
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