Luz, menos luz
Lo peor de la tristeza, que es como un cerezo de alas negras según los poetas, es que es contagiosa. Las cosas van mal por una razón evidente: porque se nos dice que van a ir peor. Los precios, que tienen muy buena puntería, se han disparado al 4,1 por ciento y ya duplican la previsión del Gobierno. La desviación del IPC, que es muy desobediente, costará 3.024 millones en pensiones y como siempre hace falta un culpable lo achacamos al petróleo y a la subida de los alimentos de primera necesidad, sin considerar a los de segunda, que también son básicos.
Actualizado:¿Por qué van a ser más imprescindibles las lentejas que la ginebra? No he conocido en mi larga vida a nadie que vendiera su primogenitura por una botella de Larios o de Beefeater. Hay cosas innecesarias de las que no podemos privarnos y los tétricos augures de la economía nacional nos vaticinan que las de comer y de beber van a subir otro ocho por ciento como poco. Lo que no es poco.
Todo sería soportable si además de bajar el Euríbor no creciera el miedo a que el BDE subiera los tipos. Nos vamos a despedir de una relativa buena vida y la solución no es despedirse a la francesa, al estilo Sarkozy, que le ha pedido a los franceses que trabajen más para ganar más. Así cualquiera. No tiene el menor mérito levantar una maleta haciendo fuerzas. Lo difícil es ordeñar a las vacas flacas y comerse el turrón con dentadura postiza. No debemos afrontar las fechas navideñas, que no le gustan más que a los niños y a los que tienen niños, sumidos en la oscuridad, pero algunos conscientes partidos políticos proponen reducir, además de los gastos, las iluminaciones de las ciudades. Está claro que es un derroche, pero hay que tener muy pocas luces para añadirle tristeza a una situación donde la alegría obligatoria va a verse disminuida por la oscuridad de los bolsillos.