Leer nuestra vida
Uno de los discursos que más me llamaron la atención de los que pronunciaron los galardonados en el solemne acto de entrega de los XXVII Premios Príncipe de Asturias fue el del escritor judío Amos Oz. Me interesó especialmente su concepción de la Literatura como senda para penetrar en el interior de otros países, como vía para sintonizar con las vivencias de sus moradores e, incluso, como clave para descubrir el fondo de sus mentes y el contenido de sus sentimientos.
Actualizado: GuardarYa es sabido que, en toda nuestra tradición cultural, la literatura ha sido el lenguaje más adecuado para descifrar los mensajes sagrados y para transmitir las normas de la convivencia entre los ciudadanos y los pueblos. Las historias reales o ficticias han servido para explicar, de manera clara, persuasiva y amena, los valores humanos vigentes en las diferentes culturas, y para inculcar las reglas de juego de las relaciones familiares, sociales y políticas.
Pero este escritor nos expuso bellamente su convicción de que una buena novela puede ser, además, un puente entre los pueblos, y que la capacidad de imaginar al prójimo «es un modo de inmunizarse contra el fanatismo». Gracias a los ejemplos con los que nos invitaba a profundizar en nuestra experiencias lectoras, hemos podido comprender cómo la lectura de una novela no sólo nos abre las puertas a la entrada de los pasadizos más secretos des otros pueblos, sino que, además, nos invita a visitar las casas de otras personas y a conocer sus estancias más íntimas. El lector de literatura, efectivamente, no es como el turista que observa los monumentos o el paso de la gente -«a esa mujer que mira por la ventana»-, sino que está con ella, dentro de su habitación, e incluso dentro de su cabeza. Cuando leemos una novela de otro país, entramos en «el salón de otras personas, al cuarto de los niños, al despacho e, incluso, al dormitorio». Sintonizamos sus penas secretas, con sus alegrías familiares y con sus sueños.
Si tenemos en cuenta esta realidad, no nos extrañará que la afirmación de que la curiosidad tenga, de hecho, una dimensión moral y que la capacidad de imaginar al prójimo sea un modo de inmunizarnos contra el fanatismo porque, no sólo nos convierte en, por ejemplo, un hombre de negocios lucrativos o en un amante, sino también en una persona más humana.
Es cierto que las obras literarias formulan de manera plástica los valores y los contravalores sociales, las aspiraciones y frustraciones de las diferentes comunidades y grupos, pero también hemos tener en cuenta que esos modelos literarios no se limitan a repetir miméticamente los grandes mitos inventados por la poesía sino que influyen, en cierta medida, en la configuración de la realidad social actual. Por eso afirmamos que la sociedad no sólo se encuentra impregnada por la creación cultural, sino que ella misma «es» creación cultural.
En mi opinión, cualquier género de escritura debe estar hondamente arraigada en la dura experiencia personal e íntimamente amasada en un permanente monólogo interior. Por eso insistimos en que para escribir hemos de sondear en nuestra personal concepción de la escritura y, sobre todo, acercarnos a nuestra peculiar biografía para, desde allí, esforzarnos por comprender la de los demás. La lectura de las obras literarias nos sirve, no lo olvidemos, en la medida que nos ayuda a leer nuestras vidas.