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Opinion

Cataluña indignada

Hoy se celebra en Cataluña una manifestación, que se prevé masiva, «por el derecho a decidir», que, sustancialmente, expresará una protesta explícita y formal por la crisis de las infraestructuras, que ha generado un malestar acumulativo y creciente que ha tenido sus puntos álgidos en el gran apagón del verano y en el fiasco de las Cercanías provocado por una pésima previsión de los ritmos y de los riesgos que implicaba la llegada del AVE al corazón de la ciudad de Barcelona.

ANTONIO PAPELL
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Pero esta manifestación, a la que no asistirá el PSC-PSOE y que es la primera de gran magnitud que se produce en España durante esta legislatura sin la paternidad directa o indirecta del Partido Popular, contiene además otros ingredientes ideológicos de fondo que revelan el inquietante calado de la protesta y deberían forzar la reflexión no sólo de los destinatarios del alarde cívico sino también de algunos de los intervinientes, que escenifican con su presencia ciertas paradojas de las que convendrá hablar.

Bajo el manto de la protesta, legítima y aun oportuna dadas las lesiones objetivas que se ha infligido a la sociedad catalana, el nacionalismo se ha lanzado a extender sin recato la levadura del victimismo. Jordi Pujol, presidente del Gobierno catalán durante 23 años y por ello mismo responsable hasta cierto punto de la actual situación de Cataluña, ha anunciado que irá a la marcha y ha hecho un dolorido llamamiento a la defensa de «la dignidad de Cataluña». Ello sería necesario ante el «maltrato» de que es objeto «en muchos sentidos». «Cataluña ha sido atacada materialmente, y más aún en su imagen y en su respeto, ha sido engañada, ha sido calumniada, ha sido menospreciada y ha sido objeto de campañas de gran hostilidad».

Hay que reconocer al fundador de Convergencia cierta razón en su diagnóstico desolado, pero también lo es que una parte relevante de la hostilidad que ha recibido Cataluña durante el trámite estatutario no se habría producido si Maragall no hubiese denostado con tanto énfasis la contribución solidaria de Cataluña al Estado y si las fuerzas nacionalistas no hubieran desbarrado tanto en el desarrollo de las estrambóticas propuestas que finalmente tuvieron que reducirse al texto actual.

Aunque la manifestación resume certeramente la irritación popular, es inocultable cierta confusión en sus planteamientos que dificulta el análisis y que produce una inquietud sobreañadida. En efecto, no acaba de entenderse la heterogeneidad de las consignas: junto a la reivindicación mencionada del «derecho a decidir», las principales pancartas que se exhibirán hoy rezan «Cercanías primero» y «Magdalena dimisión». Además, se consolida la fractura del tripartito, puesto que dos de los tres partidos de gobierno se suman a la protesta. El nacionalismo converge en toda su abracadabrante diversidad: junto a la exaltación de CDC y ERC, la moderada UDC de Duran Lleida compartirá desfile con organizaciones como el Moviment de Defensa de la Terrao la Candidatura d'Unitat Popular que secundaron la quema de fotos del Rey...

En definitiva, esta manifestación, teóricamente impulsada por un conjunto de fuerzas sociales pero a la que se suman, bajo la soflama de Pujol, todas las fuerzas nacionalistas, y que los medios moderados de Cataluña justifican «por la dignidad» de la nación catalana, representa la convergencia nacionalista en un incipiente independentismo que es fruto de la rivalidad entre CiU y ERC, conscientes ambos de que en este etéreo territorio se juegan la hegemonía. El nerviosismo de CiU tras su pérdida del poder y la formación del tripartito ha tenido el efecto que ya resultaba previsible desde el primer momento: la radicalización de la fuerza que fue garantía de centrismo y moderación durante las dos primeras décadas del desarrollo constitucional. Infortunadamente, el viejo Pujol, quizá alterado por el rumbo de los acontecimientos tras su retirada, se ha subido a esta peligrosa causa, que por suerte no tiene de momento traducción social alguna: quien viva de cerca la realidad catalana, observará que el desapego de la ciudadanía en relación a la política incluye el rechazo a todas las propuestas radicales que se le formulen. La Cataluña real está airada pero sigue siendo un sobrio y soberbio modelo de madurez.