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El dandy de las pistas

Va camino de convertirse en el mejor tenista de la historia. Hace pocas fechas lo veíamos disputar un partido de exhibición con Pete Sampras uno de sus predecesores, tanto en el manejo de la raqueta como en la grandeza que consiguió como jugador de tenis. Los pocos que me lean seguro que recordarán que alguna vez le dediqué un artículo y, aunque me asquee toda la novelería y la mentira que rodea a la vida en general, el tenis es un deporte que siempre me ha gustado porque ha sido lo suficientemente popular y ha tenido un tirón espectacular en nuestro país. Eso sí tampoco sin exagerar como pasó con el Masters de Madrid donde la primera fila estaba más bien para figurar, como las del palacio de baloncesto donde se jugó la fase final del Eurobasket.

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Bueno que me pierdo. Me estoy refiriendo a Roger Federer, un deportista con todas las letras, un tipo de los que merecen la pena, íntegro, un campeón de la cabeza a los pies. Su última hazaña no ha sido ganar el Masters Series de Shangai, ni haber ganado casi todos los grandes de la presente temporada (salvo Roland Garros como siempre), porque a eso ya está más que acostumbrado. El mérito radica en saber hablar las pocas veces que pierde y las muchas que gana. Así le pasó con Cañas su «bestia negra» y el otro día cuando fue capaz de animar a Nadal después de infrigirle una dolorosa derrota que a buen seguro dejaría tocado al manacorí que empieza a asumir que no le va a vencer casi nunca en superficie rápida.

Pero ya más que humano parece sobrenatural. Baste con comprobar su aspecto impoluto cuando termina los partidos. No suda jamás y el polo está igual cuando empieza el encuentro y cuando termina. Vamos, igual que el cadista Nano, sólo que al revés para que me entiendan.