Juan Gelman, el poeta militante
El Cervantes galardona este año a un escritor que militó en los Montoneros, fue perseguido y perdió a su hijo y su nuera en la represión de la dictadura argentina
Actualizado: Guardar«Los poetas la pasan ahora bastante mal/ nadie los lee mucho/ esos nadie son pocos/ el oficio perdió prestigio». Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) escribió hace unos años sobre la decadencia de la poesía, pero ganó ayer el premio Cervantes, el galardón más importante de las letras españolas, en dura pugna con otros cuatro poetas del otro lado del Atlántico: Mario Benedetti, Nicanor Parra, Blanca Varela y José Emilio Pacheco. Nunca hubo decaimiento tan glorioso.
El Cervantes, concedido cada año desde el inicio de la Transición por el Ministerio de Cultura, ha premiado en esta ocasión la obra de un poeta bonaerense, ardiente defensor de los derechos humanos y descendiente de judíos ucranianos que huyeron del terror del régimen soviético después de haber apoyado con entusiasmo la Revolución de Octubre. Gelman se convirtió de esa manera en el único argentino de una familia en la que los restantes miembros leían con fruición -y con frecuencia en voz alta- unos textos literarios en ruso que nunca pudo entender.
La pasión por la literatura anidó en él durante la primera infancia. A los tres años sabía leer, a los ocho fue víctima de su primera sobredosis: durante una tarde entera estuvo leyendo Humillados y ofendidos, y la intoxicación le produjo una fiebre que duró varios días. Poco después comenzó una doble vida: hasta las cinco, era un alumno de un colegio elitista al que acudían los hijos de militares y de las familias más adineradas de la ciudad; a partir de media tarde, se convertía en un muchacho más del barrio de Villa Crespo, donde se hizo «el escalafón completo: billar, mujeres, organillos, fútbol, milongas y esas cosas», ha escrito.
Nunca ha llegado a reconocerlo así, pero puede que Gelman se hiciera poeta a los quince años como forma de sacudirse un complejo: el de impostor. En un artículo sobre su infancia, el último premio Cervantes ha recordado cómo a los nueve años se enamoró de una niña de once y le enviaba cada día unos versos de Almafuerte como si fueran suyos. La niña nunca accedió a ser su novia. «De ese desplante y de ser hincha de Atlanta me quedó una tristeza para toda la vida».
Poesía y política
Estudió Química pero pronto abandonó la carrera. Y a los 20 años, veterano militante ya de la Juventud Comunista, empezó a tomarse en serio la poesía. Es la época de su asociación con David Álvarez Morgade, con quien funda la revista Muchachos y más tarde el grupo literario El Pan Duro. Publica sus primeros versos, que llaman la atención por su radicalismo y por la ruptura del modelo que Whitman había fijado y Neruda había contribuido a elevar a los altares de la poesía latinoamericana.
Víctor García de la Concha, director de la Real Academia y presidente del jurado del Cervantes, comentó ayer que Gelman «milongueó» mucho con el lenguaje en los primeros años de su poesía. Una referencia a un género primo hermano del tango, que es una influencia fácilmente identificable en su poesía, tanto en lo relativo al uso del habla popular como a los temas cotidianos que aborda, exentos de la grandilocuencia y el sentido épico del Canto general de Neruda.
Gelman fue periodista, pasó por la cárcel en un par de ocasiones porque su defensa de los derechos humanos lo llevó a enfrentarse a las autoridades, se afilió al grupo de los Montoneros y certificó con su propio dolor que la poesía es un arma de escaso calibre ante el arrollador avance de los tanques que avalan a los dictadores. En su exilio de Roma, cuando en la Casa Rosada el sonido más poético que se escuchaba era el eco de las botas de Videla, escribió: «Ningún endecasílabo derribó hasta ahora/ a ningún dictador o burócrata aunque/ sea un pequeño dictador o un pequeño burócrata».
A su hijo Marcelo, de 20 años, y su nuera Claudia, de 19 y embarazada, no hubo poemas que los protegieran. Fueron secuestrados y asesinados. El muchacho, en Argentina. Su esposa, en Uruguay, víctima de la operación Cóndor. Antes de morir dio a luz a una niña que a los 23 años pudo finalmente conocer a su abuelo.
Él mismo fue condenado a muerte por el régimen dictatorial argentino, pero la pena no pudo ejecutarse porque ya había huido. También los montoneros lo sentenciaron, cuando decidió abandonar el grupo. Y la Triple A se apuntó a lo que con humor el poeta ha calificado de happy hour de la condena a muerte. Humor negro, cabría decir, por parte de un autor que a consecuencia de tanta sed de sangre conoció el fallecimiento de su madre por una llamada telefónica de larga distancia y debió esperar casi dos décadas hasta que pudo visitar su tumba.
Exilio y nostalgia
En Roma, vivió la melancolía del exilio, las dificultades para integrarse. «Yo no me voy a avergonzar de mis tristezas, mis nostalgias. Extraño la callecita donde mataron a mi perro, y yo lloré junto a su muerte», escribió. «Vinieron dictaduras militares, gobiernos civiles y nuevas dictaduras militares, me quitaron los libros, el pan, el hijo, desesperaron a mi madre, me echaron del país, asesinaron a mis hermanitos, a mis compañeros los torturaron, deshicieron, los rompieron. Ninguno me sacó de la calle donde estoy llorando al lado de mi perro».
Todavía fue encausado por un juez cuando los militares ya habían devuelto el poder a los civiles, y se vio obligado a declarar para poder ser indultado más tarde. Después inició otro largo periplo por los juzgados, en busca del cadáver de su nuera y siguiendo el rastro de su nieta. Demasiado dolor como para quedarse a vivir en Argentina, así que se trasladó a México. Allí escribió que «para un poeta es cada día más difícil/ conseguir el amor de una mujer/ ser candidato a presidente/ que algún almacenero le fíe/ que un guerrero haga hazañas para que él las cante/ que un rey le pague cada verso con tres monedas de oro». Difícil, pero no imposible. Un Rey, en este caso el de España, le entregará el próximo 23 de abril, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá, el premio Cervantes. La gloria vale mucho más que tres monedas de oro.