Opinion

Los sueldos, el IPC y la tortilla de patatas

El otro día se encontraron Pilar y María José y cómo sabían que no había nada que pudieran arreglar, se pusieron a hablar de temas domésticos. «Hay que ver lo que valen ya las cosas», decía Pilar; «y que lo digas -comentaba María José- fíjate el precio que tiene ya el litro de gasoil, ¿ay de aquellos que se compraron coches Diesel porque el gasoil estaba más barato!»; «pero vamos que la gasolina está igual», decía Pilar. «Y que me dices tú -seguía Pilar- de cómo se ha puesto el Euríbor» «¿Ya! -decía María José- cómo para tener que estar pagando dos casas, la de Jerez y la de la playa». «Y lo que han subido los huevos, las patatas y el aceite, casi un 20 por ciento», comenta Pilar. «No sé chica dónde vamos a llegar -dice María José- aquí vamos a tener que hacer como Roca, salir con billetes de 500 euros, porque con los de 50 euros, cuando llegas a casa, en el monedero nada más que llevas calderilla». «Yo la verdad -dice Pilar- que en eso últimamente no me doy cuenta, ya que me ha dado por utilizar las tarjetas». «Ten cuidado con eso -le dice María José- no sea que el día de mañana te tengas que arrepentir, es mejor saber lo que cuestan las cosas para saberlas valorar».

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«Mira Pilar, la verdad, con lo que entra por casa más o menos lo puedo llevar y además estoy tranquila, porque sea Mariano o Jose Luis, nuestro nuevo jefe, ya han dicho que las mujeres que trabajamos fuera de casa vamos a pagar menos impuestos y si el sueldo nos lo subimos el IPC, mejor que mejor». «¿Que IPC ni que IPC, el sueldo me lo subo lo que ha subido la tortilla de patatas!».

Ruido, barullo, desasosiego, incertidumbre, son características del momento actual. A los que nos gusta leer la prensa, escuchar los telediarios, ver algunos programas formativos y de debate etc. nos preocupa la situación. Todo rezuma inquietud. Es posible que por evitar la inquietud, muchas personas optan por las programaciones o artículos intrascendentes, de esos en los que nos cuentan la vida y milagros de personajes que en el fondo nos traen sin cuidado. Lo hacemos como una escapatoria a los verdaderos problemas que nos inquietan y que presentimos que son trascendentes para nuestras vidas.

Lo que dicen los políticos no es intrascendente. Las sentencias de los tribunales de justicia tampoco lo son. La marcha de la economía y el trabajo no es intrascendente. Cómo llegar a final de mes no es intrascendente. La educación y concretamente la educación para la ciudadanía no es intrascendente para la formación de nuestros hijos y su posterior existencia. La inseguridad y la violencia en aumento no son intrascendentes. Los proyectos de ley en curso en el Congreso y la deriva que están tomando las Autonomías no son algo intrascendente. Y podíamos seguir enumerando hechos y situaciones trascendentes, que tienen repercusiones importantísimas en la vida personal, familiar que se cuelan en nuestras vidas por la puerta de atrás porque no hemos querido dedicarles ni un solo minuto para valorarlas.

Un amigo mío, cuando hablo con él de estos asuntos me dice: «qué le vas a hacer, lo que no tiene remedio es mejor no tocarlo». Yo acepto su respuesta por ser mi amigo, pero sigo insistiendo en que el aceptar las cosas «de esta manera» no conduce a nada bueno y terminan explotando en algún momento, generalmente de forma violenta.

En general, en nuestra formación tenemos un lastre enorme de pereza, apatía, inexperiencia en el asociacionismo para buscar cauces de solución y acudir a pedir ayuda a quien nos la puede proporcionar, sobre todo en aquello que está relacionado con nuestras actitudes y posicionamientos personales y sociales. Nuestra inicial actitud es la del ignorante o la del avestruz. ¿Cómo se puede explicar haya un número tan elevado de respuestas: no sabe, no contesta? Y esto ocurre en todos los niveles de edad de la población. Es para pensárselo.

Maximiliano de la Vega.