La economía, eje de campaña
Cuando todavía faltan tres meses para las elecciones generales, ya son manifiestos los dos grandes ejes sobre los que se articulará la campaña. De un lado, la decepción catalana, cargada de complejidad, es muy tenida en cuenta por los estrategas, que saben lo decisiva que es la cosecha de votos en esta comunidad, en la que el PSOE, con 21 diputados al Congreso, exhibe actualmente una ventaja de 16 parlamentarios sobre la principal fuerza de oposición, el PP, con sólo 5 en la región. De otro lado, las encuesta indican que comienza a extenderse por el cuerpo social un cierto temor al desencaminamiento de la situación económica, que en principio, y si se cumplen los pronósticos, experimentará apenas una suave desaceleración.
Actualizado:La cuestión catalana configura probablemente el principal problema objetivo que tiene la política concreta de este país. El viraje de CiU en pos del matizado «derecho a decidir» y la convocatoria para el próximo sábado de una gran movilización bajo el mismo lema a modo de desahogo por la crisis de las infraestructuras dibujan un panorama gris que se sobrepone al desaliento pos estatutario, que ya se ha plasmado en forma de fuertes cuotas de abstención. Sin embargo, no es probable que el PP pueda pescar a río revuelto: la decepción catalana es transversal, se dirige en general contra toda la clase política y no parece que vaya a modificar las proverbiales tendencias electorales ya muy consolidadas en Cataluña.
La cuestión económica, que ha irrumpido en este segundo semestre del año al hilo del enfriamiento súbito de un sector construcción dilatadamente recalentado, sí ha cobrado presencia, a pesar de que una parte de la población activa ni siquiera sabe lo que es un proceso recesivo, tras doce años ininterrumpidos de bonanza. En cualquier caso, la inminencia electoral ha forzado a los dos grandes partidos a reaccionar de inmediato ante los temores de una sociedad que se ha expresado con claridad través de las encuestas: el paro y la inmigración vuelven a ser asuntos de preferente preocupación.
El PSOE, por su parte, ha fortalecido su posición con la garantía de que, si sigue gobernando, Pedro Solbes no sólo conservará su papel eminente en el Ejecutivo sino que reforzará su posición como vicepresidente económico. De momento, al margen de la subida del salario mínimo, se conocen los principales rasgos del programa ecológico, que incluirá la creación de una vicepresidencia de Sostenibilidad, la implantación de una tasa de un céntimo por litro de combustible para combatir el cambio climático, la revisión de los planes de infraestructuras para imponer medidas medioambientales y la prosecución inflexible del cierre nuclear. El PP, por su parte, ha avanzado también las líneas maestras de su programa económico, que no se limitará a la anunciada reforma a la baja del IRPF para que no paguen las rentas inferiores a 16.000 euros. Rajoy ha anunciado asimismo una reforma del Estatuto de los Trabajadores, para garantizar su formación continua, la flexibilidad de horarios y la conciliación de la vida laboral con la familiar. Además, el PP ha anunciado un conjunto de acciones para «proteger el modelo social», que van desde la elaboración de un Plan Nacional para la Mejora de la Calidad de la Educación, medidas sobre inmigración.
Es comprensible que los dos grandes partidos se esmeren en suscitar confianza en estos momentos de indefinición e incertidumbre, que son los términos que mejor definen la coyuntura económica. Pero la opinión pública sabe a la perfección que los márgenes de maniobra de quien dirija finalmente la política económica son muy escasos, y que a la postre esa confianza proviene sobre todo de la solvencia del gestor. El hecho de que Rodrigo Rato, recién liberado de su compromiso mundialista, no haya querido regresar a la política concreta en el PP, puede costarle a Rajoy una dificultad añadida a la hora de convencer al electorado de que tiene un buen recambio para el solvente Solbes. Al fin y al cabo, en esto como en casi todo suele funcionar la máxima ignaciana: «en tiempos de tribulación, no hacer mudanza».