Obras faraónicas
Si bien es cierto que nunca llueve a gusto de todos, no conozco a ningún usuario de los transportes públicos de la Bahía que no se eche a temblar cuando caen dos gotas. Sin ir más lejos, el pasado martes los trenes de Cercanías acumulaban más de una hora de retraso en la hora punta de la salida de los trabajos y el regreso de los estudiantes, cuando cientos de personas se hacinaban en el nuevo apeadero provisional de San Fernando, antes Estación Central. En ese tiempo nadie consideró dar explicaciones por megafonía. Puesta en servicio unos días antes, la obra de ingeniería sólo ha previsto un par de marquesinas, ambas sin protectores laterales. De considerable extensión, buena parte de la misma transcurre paralela a la autovía, a mayor altura que ésta pero separada sólo por una simple valla metálica. A pesar de tanto espacio abierto, nadie ha pensado en instalar pantallas para proteger a los usuarios del viento racheado. En un día normal de invierno, te hielas. Pero, a veces, incluso en esta tierra, llueve. Una hora bajo la lluvia enfría al más entusiasta defensor de los transportes públicos. Da igual. Como se dice que este apeadero estará en uso provisional aproximadamente un año, ese es el tiempo mínimo que toca aguantarse.
Actualizado: GuardarLa nueva estación, Bahía Sur-San Fernando, no es más cómoda ni protege más. No dudo que su diseño impacta. Como escultura me parece grande, con esa exagerada alegoría marinera de los techos de ola que, aunque suficientemente revisitada ya, no deja de identificarnos como destino costero. Es lo que vendemos, ¿no? Los viajeros de los trenes podrán apreciar su verbosidad mientras intentan localizar una de las dos paradas de taxis, invisibles desde las alturas a las que el impredecible diseño nos hace subir para después bajarnos a la tierra. Los trenes de largo y medio recorrido paran únicamente en esta estación desde finales de septiembre, pero aún se mantiene la taquilla provisional abajo, junto a la calle Ferrocarril, compartiendo la misma persona esas tareas con la atención del bar, lo que sin duda redunda en el buen servicio prestado. Sacar un billete, acertar con la vía por la que entra o sale el tren, subir o bajar por la escalera mecánica correcta, deshacer el camino, arriba y abajo otra vez, cuando por megafonía se anuncie la inminente llegada del tren que esperábamos en la vía equivocada, son otros incentivos de aventura para usar esta estación. Si, naturalmente por nuestra culpa, lo perdemos, se puede esperar a la intemperie el próximo, en los bajos abiertos a las tempestades del muy moderno edificio, porque tampoco aquí se han previsto protecciones contra el mal tiempo. El habitáculo de arriba, donde estarán las taquillas, con dos únicos bancos, parece insuficiente para el servicio que se espera.
Parece como si en los concursos de obras públicas primara más lo aparatoso que lo útil. Ya se vio en las pirámides que en Cádiz usamos como apeaderos sobre el soterramiento. Aquí, los grandes espacios están arriba, que son lugares de paso como bien indica que no haya un sólo banco para sentarse. Abajo, a pie de tren, más que goteras hay auténticas cataratas, que se mantienen desde la inauguración, probablemente por motivos ornamentales. Lo que me extraña es la indolencia con la que se considera todo esto inevitable.
En este panorama desolador para el transporte público, se escuchan algunas propuestas igualmente voluminosas para aumentar el tráfico, principalmente privado: un túnel bajo la Bahía y una carretera a Sancti Petri por la costa. No oigo voces que se opongan a ambas barbaridades. Ya es suficiente impacto el segundo puente, asumido por necesario, como para escarbar en las profundidades de la Bahía para duplicar un servicio que debe cubrir ese nuevo acceso. El debate entre puente y túnel ya se resolvió y reabrirlo ahora es ignorar que el presupuesto es finito. Trazar una línea recta que, con la carretera, parta en dos los mejores espacios del Parque es seguir negándole el valor de monumento natural que tiene. Pero ya habrá quien se enganche a impulsar esos proyectos que tienen la virtud de su tamaño. A ver cuándo nos dedicamos al presente.