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Elegía de los derrotados
Marcos Ana, el poeta que estuvo 23 años preso del Franquismo, presentó en Cádiz su biografía acompañado por Teodulfo Lagunero
Actualizado: GuardarMarcos Ana tiene 87 años de edad, pero sólo 64 de vida. La diferencia se la dejó entre los muros erizados de espino de la cárcel de Burgos. «Mi pecado fue terrible -escribió entonces-; quise llenar de estrellas el corazón de los hombres». Entró en prisión siendo un adolescente terco, que hablaba de mañanas y utopías con el nervio firme de quien se ha forjado el ideario en la trinchera. Cuando consiguió la libertad, 23 inviernos después, era «un proyecto de hombre truncado», que se mareaba en los parques, no sabía subirse al autobús, jamás había estado con una mujer y soñaba, «casi todas las noches», que le hablaba al oído su madre muerta, «una católica devota que un día amaneció, todavía no sé bien cómo, tirada en una zanja». Entremedias: palizas y piojos, despotismo, Miguel Hernández, resistencia clandestina, Buero Vallejo, versos medicinales, hambre, frío y luz de gas.
Teodulfo Lagunero -expresivo, gentil, afectuoso- es uno de esos niños de la guerra que acabó jugando un papel fundamental en la Transición española. Su padre sufrió la represión franquista y él, con un agudo sentido del «débito filial y patriótico», aprovechó sus dotes congénitas para los negocios y financió durante 30 años y de extranjis al Partido Comunista en el exilio. Después, convencido de que «la reconciliación nacional estaba por encima de todo», actuó como un enlace fundamental entre el PCE, Suárez y la Monarquía para asegurar ese delicado milagro en equilibrio que fue la democracia en sus inicios. Ha pasado a formar parte del anecdotario político universal por ser el que firmó la exitosa idea de
a Carrillo en España
en su propio coche y con peluca.
Ambos visitaron ayer Cádiz con motivo de la presentación en el Ateneo de la autobiografía de Marcos Ana,
un tratado vital y político «que habla de mi experiencia concreta, pero que también se refiere a cuestiones más generales, como la perenne necesidad de concordia y el valor del diálogo».
Antes, el poeta y su «humilde presentador», según el propio Lagunero, dialogaron con LA VOZ sobre aspectos tan polémicos como el perdón o el olvido; y sobre otros tan íntimos y entrañables cómo la «pasión por la libertad» que puede sentir el que ha sufrido el suplicio de pasar casi un cuarto de siglo pensando que «la tierra no es redonda/ la tierra es un patio cuadrado/ donde los hombres giran/ bajo un cielo de estaño».
La guerra y la cárcel
«Ese desastre absoluto que nunca debió ocurrir, pero que ocurrió; esa lacra que los republicanos no queríamos, porque no nos hacía falta -habíamos ganado las elecciones-, dejó tantas heridas que nuestro principal empeño fue después pedirle al pueblo que no olvidase que la prioridad era entonces y había de ser, por siempre, la paz y la convivencia», explica Lagunero, firme defensor del «acierto» que significó la Transición, porque «como obra de todos que fue, requirió que todos cedieran por el bien del país, pero con vistas a un acuerdo sólido».
A Marcos Ana el levantamiento le sorprendió con 16 años, recién afiliado a las Juventudes Socialistas. «Mis padres eran tan sumisos que cuando pasaba el amo hacían la señal de la cruz, como si fuera la imagen misma de Dios», relata. «Pero un día, en el 35, me vi por casualidad en un mitin y entendí que aquélla gente hablaba de mi familia y de nuestra miseria, de nuestra condena, de nuestra hambre y de nuestra falta de esperanza, así que cuando me enteré del golpe de Estado corrí a alistarme, pero no me dejaron entrar en el ejército republicano hasta que no cumplí la mayoría de edad». Tras la caída de Madrid, a Marcos Ana lo condenaron a dos penas de muerte, aunque lo peor «no fueron las torturas, ni la suciedad, ni la permanente sensación de injusticia: lo peor me esperaba fuera, cuando recobré la libertad, 23 años después, y descubrí que ese nuevo mundo me era ajeno, y me sentía cómo un adulto que mantiene intacta la candidez y la inocencia de un adolescente».
En la soledad de la celda, gracias a que algunos compañeros le pasaron poemas de Alberti y Neruda por debajo de la puerta, el presidiario comenzó a sentir «un clima interior muy particular, que me animó a intentarlo».
A partir de aquellos versos que decían «Mi vida os la puedo contar/ en dos palabras/ un patio/ y un trocito de nube perdida/ y algún pájaro huyendo de sus alas», el poeta comenzó a ser conocido fuera de nuestras fronteras.
«La grandeza de Marcos Ana, -explica Teodulfo Lagunero-es que, cuando sufría el intenso dolor de estar preso, ya pedía que se dejaran a un lado los odios de la guerra en poemas como
; ya hablaba, siendo parte afectada, de la urgencia de la reconciliación, sin revanchas y sin sangre».
La presión internacional hizo que el régimen franquista tomara una medida sin precedentes. Concedió una amnistía a aquellos presos que llevaban más de 20 años en la cárcel, «aún a sabiendas de que el único que podía beneficiarse de esa medida en España era yo», cuenta Marcos Ana. «Así que me vi libre, y me dediqué a lo único a lo que podía dedicarme: a la solidaridad con los presos, con los represaliados y con los pobres».
Libertad y Democracia
«Uno de mis amigos se dio cuenta de que me quedaba atontado mirando a las mujeres por la calle», confiesa el poeta. «Me llevó a un cabaret, me presentó a una chica, le dio 500 pesetas y le dijo que se fuera conmigo. Yo no sabía cómo comportarme, así tuve que confesarle que, con 42 años, no tenía ninguna experiencia». La
se apiadó de él, se lo llevó a cenar, «a tomar unas copas», y al día siguiente «hasta me invitó a desayunar». «Como no quiso cobrarme -relata Marcos Ana-, le compré las 500 pesetas en flores. Jamás olvidaré su nombre: Isabel».
A esta lenta evolución personal, se sumó la política. Tanto Lagunero como el poeta defienden que «la llegada de la democracia a este país fue un gran logro del pueblo, al que contribuyeron personalidades que tuvieron una gran visión de futuro y demostraron que estaban a la altura de las circunstancias, como Suárez».
Marcos Ana va más allá: «Por supuesto que no renunciamos a la República como modo racional de gestión del Estado y como deuda pendiente, pero está claro que el camino no pasa por la crispación, por el insulto, o por quemar fotos». Para el poeta, «la única manera de avanzar con paso firme hacia el futuro, es ser conscientes de lo que tenemos ahora». dperez@lavozdigital.es