La maté porque era mía
Hace unos días mi hija trajo del Instituto el encargo de hacer un trabajo sobre el maltrato. Es una de esas actividades que los alumnos desarrollan en las asignaturas transversales, como Educación para la Ciudadanía, Sociedad, Cultura y Religión, Educación medioambiental o durante la hora semanal dedicada a la resolución de problemas de convivencia y aprendizaje del diálogo. Son las típicas materias que la derechona, el episcopado y su corifeo de aulladores mediáticos desprecian y que suprimirían si pudieran. Este es un pequeño homenaje en su defensa.
Actualizado: GuardarLa historieta que el grupo de mi hija ha elegido no tiene desperdicio: inspirada en una canción (de la que utiliza algunas de sus estrofas), cuenta la historia de dos personas que se enamoran y se casan. Luego comienzan las discusiones y la mujer aparece con un ojo morado y un ramo de rosas. Ella dice que le pegó, pero que le perdonó porque le había traído flores para decirle que la quería. En la siguiente viñeta está en el hospital con graves hematomas y magulladuras, pero encima de la mesilla luce un ramo de rosas. La última viñeta es una tumba con un ramo sobre la lápida. Como no tiene copyright, el grupo la ofrece al Gobierno de España para que la utilice en una campaña institucional contra esta lacra social.
Estoy agradecido a las enseñanzas que recibe mi hija en este Instituto Público, porque, entre otras muchas razones, ayuda a que desarrolle actitudes y valores que le servirán en la vida tanto o más que el lenguaje o las matemáticas. Por ejemplo, este trabajo ha servido a toda la familia para poder enjuiciar lo que el telediario nos ha servido estos días: la terrible historia del último asesinato de una mujer (y van ya 72, más que en todo el año pasado) por su pareja, de la que estaba alejado por sentencia de un juez y, a pesar de lo cual, fue invitada con engaño a un programa televisivo de casquería emocional en Antena 3, donde, por dinero, soportó al maltratador pidiéndole matrimonio. Este macho reincidente, humillado delante de media España, la mató a cuchilladas cinco días más tarde con la maestría de un matarife.
La lección más importante ya la habían deducido con claridad en el trabajo del Instituto. Ahora quedaba entender y valorar el que un medio de comunicación, que tiene una concesión estatal que el Gobierno regula en nuestro nombre, utilizara a estos maltratadores y sus víctimas (van más de cinco mujeres muertas después de actuar en la prensa del corazón: dos en el Diario de Patricia) como carnaza de su espectáculo.
Es cierto lo que afirma Victoria Camps: la TV es incapaz de autorregularse. Y tiene razón Montserrat Comas cuando exige responsabilidad civil al programa, cuyos gestores (¿periodistas?) se esconden en un «no sabía» increíble y no eximente. Lo cierto es que les importa un comino, porque su único objetivo es sacar las mayores plusvalías (audiencias) posibles de un negocio basado en el escándalo y la curiosidad malsana sobre la miseria, la ambición o la indignidad.
¿Es ingenuo o utópico pedirle a un Gobierno progresista que controle una TV que atenta cada día contra los valores que tratamos de inculcar en casas y escuelas? ¿No es un deber moral y legal exigir el respeto a los valores constitucionales por encima de las razones del mercado?