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EL RAYO VERDE

Es cosa de hombres

Oficiamos un año más el Día contra los Malos Tratos. Hacemos recuentos, reportajes, informes, manifestaciones, plenos municipales, y de algún modo «integramos» o «normalizamos» un horror cotidiano al que quizá estamos contribuyendo a engordar, a engrandecer, a multiplicar, con tanta parafernalia. Cada nuevo Día, cada edición, hay un lema. Este año, más aún que otros, nos ha tocado recibir la principal reprimenda a los medios de comunicación, o más bien, pongamos las cosas en su sitio, a la industria del entretenimiento audiovisual, a raíz del desgraciado episodio de la muerte de una mujer a manos de su ex novio poco después de salir en un programa televisivo. Que al fin y a la postre, con todo el escándalo ha subido sus cuotas de audiencia y, por tanto, ha hecho caja.

LALIA GONZÁLEZ SANTIAGO
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Sin embargo, no ha habido todavía, por lo que sé, un solo año en el que las mujeres hayamos callado y dejado que hablaran los hombres. Yo creo en el sonido del silencio, en su elocuencia. En este caso, sería atronador. Si ayer, hoy, o el viernes, a lo largo de los muchos actos convocados contra los malos tratos las mujeres se hubieran quedado en su casa, calladas, quietas, ¿quién habría ido a manifestarse, quién a protestar? ¿cuántos hombres habríamos contado en las fotos? No me refiero a políticos o gestores diversos, sino a hombres de la calle, ciudadanos de a pie, buenas personas en general, amantes de su casa, hogareños, buenos padres. Y digo más, incluso buenos maridos, o compañeros. No se sienten concernidos, en general, por el problema. Piensan que es algo que no va con ellos, que les pasa a otros, que no pueden hacer nada, cuando no que eso son cosas de psicópatas o, por qué no negarlo, hay quien en el fondo, y no tan en el fondo, piensa que ella «algo habría hecho». Por ejemplo, me supongo que muchos van a abandonar rápido la lectura de este artículo, que no les resultará interesante. Otra vez las mujeres con sus cosas, pensarán.

De modo que si los hombres no acceden a comprender que el problema les afecta, tanto que sin ellos no habría tal problema, y que son piezas imprescindibles en su solución, no habrá nada que hacer.

Naturalmente, no es cuestión de un día. No se cambian conductas de la noche a la mañana después de siglos de repetir el mismo patrón de conducta, de ser el cazador de la especie. Pero esta reflexión, también, se ha convertido en un lugar común que, sin dejar de ser cierto, no lleva a nada. Entre tanto, progresan grupos «homofílicos», que intentan presentar a los hombres como las víctimas. Hace tiempo que se anunció que esa corriente vendría, y ya está aquí, apoyada a lo mejor por algún exceso en la aplicación de la ley o en alguna mujer que haya pretendido, y hasta logrado, aprovecharse de la situación mediante falsas denuncias. Se trata, sin duda alguna, no solo de una práctica ilegal, sino inmoral, desleal, intolerable, para con las propias mujeres. Pero no se puede convertir la excepción en regla.

Las mujeres hemos sido siempre muy cuidadosas en no caer en la «homofobia». Está bien, es inteligente, porque sabemos que el cambio profundo que requiere esta sociedad no lo puede conseguir sólo una parte de ella, y menos aún en contra de la otra. Pero lo honesto es plantearse a fondo la situación, reconocer el fracaso, desmontar los tópicos, afrontar las estructuras profundas del pensamiento común, y demandar a la otra parte que asuma su necesidad de ser quien actúe y cambie. No son las víctimas las que pueden acabar con la violencia, ellas sólo pueden sufrirla. Y, en especial, preocupémonos de los jóvenes, que mucho me temo que, en general, poco han captado de este discurso y parecen garantizar la perpetuación del estado de cosas.

lgonzalez@lavozdigital.es