TRIBUNA

La realidad de las utopías

Las elecciones generales se aproximan y los partidos políticos comienzan sus campañas dejando entrever un nerviosismo comparable al de los estudiantes antes de un examen. Las calles, buzones y medios de comunicación se harán eco de esta etapa y se llenarán de propaganda multicolor, prometiendo los retos más apetecibles. Pasadas esas fechas, pocos serán los que realicen un seguimiento sobre el cumplimiento de los programas y, durante cuatro años los ciudadanos quedaremos al margen de las decisiones políticas.

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Es un privilegio tener una democracia, que ha costado mucho conseguir, pero esto no es la panacea ni el punto final de la historia. No es casual que muchos jóvenes estén dando la espalada a este sistema político y aparezcan nuevas formas de organizaciones en redes que cada vez resultan más creíbles y atractivas.

Retomando el tema de las próximas elecciones, si pudiera incidir en un programa electoral para que se potenciaran algunos aspectos, sin lugar a dudas y en este momento de la historia, serían medidas eficaces contra el hambre, la pobreza y el medio ambiente. Me gustaría sumar mi voz a la de aquellos que exigen a los políticos que sus propuestas de gobierno traspasen los intereses meramente nacionales y antepongan a la persona y su dignidad como punto fuerte de los mismos, contemplando a su vez el mundo como un todo. Sólo de este modo la práctica política sería creíble y sostenible en el tiempo.

La globalización de las comunicaciones derriba las fronteras, a pesar de los muchos muros que pretendamos levantar, y lo que ocurre en cualquier parte del mundo nos afecta. «El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo».

La ecología, las desigualdades sociales preocupan cada vez a más personas .Es escandaloso que millones de seres humanos, muchos de ellos niños, mueran por causas como el hambre o enfermedades curables en el primer mundo. Mientras, los países ricos, menos de un 20% de la población mundial, consumimos más del 80% de los recursos totales del planeta. Según informe de un relator de la ONU existen recursos para atender al doble de la población mundial con un consumo responsable.

Durante décadas muchas voces y organizaciones vienen solicitando a los partidos políticos que en sus programas contemplen la condonación de la deuda a los países empobrecidos, así como que se destine el 0.7% de los presupuestos para ayudas al desarrollo. Durante décadas los gobiernos siguen regateando este porcentaje como si se tratara de un lujo que los ricos no nos podemos permitir. Es prioritario y urgente que estos aspectos sean recogidos en los programas políticos y llevado acabo, atendiendo al compromiso de los Objetivos del Milenio firmados en la ONU por más de 150 jefes de estados de todo el mundo. Uno de estos objetivos es conseguir para el año 2015, reducir a la mitad el número de personas que mueren de hambre en el planeta.

Otra consecuencia de la pobreza es la inmigración forzosa. En política son muchos los que hablan de la inmigración ilegal, sin analizar en profundidad qué la origina. Ninguna política coherente puede obviar que las causas de esta situación se remontan siglos atrás, a la mentalidad del querer «acaparar a toda costa» riquezas y recursos de los países empobrecidos, de los cuales nuestra economía se sigue sustentando. No hay muro suficientemente alto que impida ser asaltado por el hambre, ni mar suficientemente impenetrable para el que está desesperado. La alternativa de la política es impulsar programas de desarrollo en los países de origen de los inmigrantes.

Los conflictos armados en su mayoría tienen su raíz en situaciones de injusticia. No es posible hablar de un mundo en paz mientras no exista justicia para todos. Si queremos la paz hemos de trabajar necesariamente por la justicia.

La persona ha de ser siempre el centro de cualquier actividad. En política es necesario un giro a lo Copérnico donde el centro de todo programa sea el ser humano y no la economía y sus intereses. En nuestra sociedad vemos como el cierre de muchas empresas se produce porque solo se cuantifican los beneficios económicos mientras que se obvian los sociales. Se han de favorecer políticas que potencien las capacidades de los individuos, del ser sobre el tener, de forma que el trabajo esté al servicio de las personas y no las personas al servicio del trabajo. Si esta sensibilidad aflora, con toda certeza seremos más receptivos al sufrimiento de los que menos tienen.

La Administración y todo lo Público han de ser un ejemplo de transparencia, sencillez y responsabilidad en el uso de los recursos. Se precisan normativas que promuevan la aplicación de criterios de respeto al medio ambiente, así como éticos y de comercio justo para cualquier tipo de actividad y contratación. Esta sencilla medida potenciaría enormemente el desarrollo de las economías en países empobrecidos.

Nuestros gobernantes han de tener un oído atento a las minorías que levantan la voz para reclamar derechos, porque los susurros de hoy se convertirán en gritos mañana. La política debería ser motor eficaz de los cambios sociales, ir por delante y no a remolque de las demandas. Es lamentable que las peticiones sólo empiecen a ser atendidas por los gobiernos cuando ya son un estruendo, como por ejemplo esta ocurriendo con el tema del medioambiente.

Sería estupendo que cuando alguna reivindicación es aún una utopía, los programas políticos también empujaran para hacerla realidad.