Realismo y confianza
Las cifras hechas públicas ayer por el Instituto Nacional de Estadística parecen confirmar que el ciclo alcista de la economía española está tocando a su fin, pero también que el crecimiento continúa siendo lo suficientemente dinámico -un 3,8%- como para contradecir los augurios más catastrofistas. Al igual que ha ocurrido en el conjunto de los países industrializados, España ha empezado a afrontar un proceso de desaceleración atribuible al incremento de la inflación por el encarecimiento del crudo y de la cesta de la compra, a la contracción del consumo familiar y al retraimiento del sector inmobiliario. No obstante, el hecho de que el crecimiento se haya ralentizado dos décimas con respecto al trimestre anterior, en plena crisis de las hipotecas de alto riesgo en EE UU y con el precio del petróleo ascendiendo, da prueba de la fortaleza que aún atesora nuestra economía, que sigue duplicando, e incluso triplicando, el ritmo de los países de su entorno.
Actualizado: GuardarPero esta constatación no sólo no puede llevar a trivializar los déficits de un modelo históricamente desequilibrado, aún más dependiente de la construcción que de la industria y las exportaciones y lastrado por su limitada productividad, como ha recordado la UE. Ha de espolear al Gobierno para adoptar las iniciativas correctoras que eviten que los agentes económicos, sensibles a los mensajes confusos o pesimistas, aceleren con sus decisiones el final del ciclo de bonanza. Ese objetivo se está viendo perjudicado, sin embargo, por la irremediable tendencia al optimismo del presidente Rodríguez Zapatero, que ayer se mostró convencido de que la inflación comenzará a moderarse a principios de diciembre frente al criterio del ministro Solbes, que aplazó cualquier contención de los precios hasta primavera. Los discursos no coincidentes en el seno del Ejecutivo están dañando la credibilidad de su política económica y, lejos de disipar las incertidumbres, contribuyen a alentarlas en cuanto a sus perspectivas más negativas. El Gobierno podría optar por una respuesta pasiva, en la confianza de que la desaceleración mitigará su impacto si el empleo sigue aumentando al 3% anual, con una previsión de 560.000 puestos a tiempo completo en un año. Pero haría mejor en empezar a aplicar medidas -como una explicación más óptima de los Presupuestos- para que los agentes económicos recuperen la confianza, y en sopesar las reformas precisas para reequilibrar el modelo de crecimiento.