Dolencia incómoda
Éranse una vez cientos de personas aquejadas de una enfermedad nada querida por su entorno. Era fastidioso para el gremio de los médicos convencionales, ya que cuando acudían a ellos se sentían como si fueran una patata caliente que iba de un lado a otro. Les hacían sentir como personas manoseadas, sobadas, y sobre todo a lo largo del inagotable pregrinaje se quedaban sin qué decir. Ya lo habían contado cientos de veces. Estaban exhaustos de tanto deambular.
Actualizado: GuardarLas personas de su alrededor tampoco entendían a estas pobres gentes, las miraban como si estuvieran locas, depresivas, pensaban que todo era pura invención. Tenían que aguantar muchas preguntas insolentes. Lo cierto es que este mal, la fibromialgia, no desaparece en todo el día, te acompaña donde vayas, se acuesta y se levanta contigo, no da tregua.
Lo ideal sería que hubiera un medidor de dolor, así las personas las entenderían mucho mejor y les ayudarían en la medida de lo posible. Había una tienda que se llamaba farmacia, en donde los enfermos compraban pastillas y se les atenuaban sus dolores. Para esta enfermedad no existían pastillas.
Piensen ustedes en el fin de este cuento porque nosotras ya no podemos más. Pero, por favor, que acabe de esta forma: «Y fueron felices y comieron perdices».