Hombre de teatro total
En teatro, Fernán Gómez lo fue casi todo. Actor, sobre lo demás, pero también autor y director, incluso guionista y adaptador de teatro radiofónico y de televisión. Tuvo los más importantes premios por casi todas esas dedicaciones, el Lope de Vega, Mayte, Nacional, Medalla de Honor de la Universidad Carlos III De una familia de cómicos de una vieja escuela española, fue captado por el amigo de su madre Carola Fernán Gómez, el autor Enrique Jardiel Poncela, quien le dio un pequeño papel en Los ladrones somos gente honrada.
Actualizado: GuardarNunca iba a abandonar ya el teatro, del que fue amante ardoroso pero infiel, y donde nunca aceptó esos papeles que los actores llaman alimenticios. Más bien al contrario, fue dramaturgo e intérprete de autores pocas veces banales: Bernard Shaw, Tolstoi, Andreyev, El enemigo del pueblo de Ibsen, El Tartufo de Molière, o La pereza de Ricardo Talesnik, aparte de mucho teatro español, Jardiel, Mihura... Recitales personales como A los hombres futuros, yo Bertolt Brecht, tenían en él una garantía de éxito y eran modos disimulados de volver al teatro del que decía retirarse cada tiempo, sin acabar de decidirse: «Nada hay más aburrido que el teatro», dijo en una ocasión. «Me retiré de la escena porque me molestaban los espectadores», ironizó otra vez. Pero lo cierto es regresaba a ella en cuanto podía.
La España teatral de Fernán Gómez fue crítica, y la picaresca, los clásicos o Cervantes fueron expresión de un tipo desencantado, tragicómico, de un escepticismo que tuvo una espita liberadora en el humor. El Pícaro, Aventuras y desventuras de Lucas Mañara, y algunos recitales sobre clásicos españoles dan cuenta de su querencia por los temas de la tradición crítica española, y por el siglo de oro.
La voz grave, y la pronunciación que arrastraba un soplido característico carnoso y convencido que le resonaba en pecho y garganta, como de una expresión interior y sincera que podían hacerse parodia forzando el tono de caverna que truena. Esa idea del actor creíble, con la naturalidad de quien llegó como meritorio de una compañía familiar en la que aprendió sin escuela. Su humor era de un casticismo socarrón, de apariencia bronca y una falsa espontaneidad que tenía mil repliegues de retranca, dominando los trucos y sorpresas, las frases caídas, los silencios.
Debut tardío
Había debutado tardíamente como autor dramático con Los domingos bacanal en 1980, previa a su consagración con Las bicicletas son para el verano que tuvo varias versiones y por fin fue en 1982 teatro antes que cine. Inspirado en el Safari Park del marqués de Griñón, uno de sus últimos textos fue Los invasores del palacio, apenas representada media docena de veces, estrenada en el Arriaga de Bilbao en 1999. Era una historia localizada en un decrépito palacio del marqués de Trespasos, burla de las extrañas querencias que provoca la soledad de la vejez: el marqués intima con una jirafa que vive en su jardín junto a un elefante, monos y algunas bestias más.
Su última presencia en teatro fue la adaptación y dirección de Vivir loco y morir cuerdo con Ramón Barea y Enrique Menéndez como Quijote y Sancho, producción importante para el Centro Dramático Nacional y el Dramático de Aragón, que recuperaba una de sus constantes creativas: Cervantes y la gran literatura española.