LA GLORIETA

Pasar a través del espejo

Cuando Alicia atravesó el espejo para llegar al País de las Maravillas no se preocupó de si el Plan Urbano estaba aprobado o de si el pacto de Gobierno que había aupado a la Reina de Corazones hasta lo más alto del Estado incumplía la ley antitransfuguismo. Tampoco se interesó la buena de Alicia en saber si la casa que tenía su Majestad (¿por qué no te callas?) estaba en suelo rústico o urbanizable. Alicia, al atravesar el espejo, sólo quería alcanzar al conejo que, con su reloj en la mano, gritaba «que llevo prisa», como la vieja de la fabada.

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El público lector (damas, caballeros, queridos niños) se asoma diariamente a los medios de comunicación buscando un espejo donde ver sus miedos, sus sueños, sus frustraciones. Y en ese caleidoscopio de lo cotidiano se encuentra con un conejo que siempre tiene prisa y le dice que tiene que trabajar más, que la hipoteca sube, que la leche es más cara y que los impuestos (una palabra tuya bastará para embargarme) se incrementan. En lugar de un reflejo que le recuerde una anécdota o le enseñe cómo resolver un enigma de amor o un regalo de Reyes, se encuentra una fiesta de no cumpleaños en Irak, en Bangladesh (un país que tuvo que crear el becario de Dios porque siempre tiene desgracias) o en las declaraciones de los McCann. De una manera reversible, pero inevitable, se topa de bruces con que ha sido acusado, mediante campañas de ahorro de energía o de violencia en las aulas, de haber robado unas tartas que ni siquiera sabía que existían. Cuando parece que el horóscopo ha ordenado que se le corte la cabeza, todo termina. Se cierra un País de las Maravillas, con la contraportada, donde, buscando un conejo, hay quien encuentra lobos con piel de reindustrialización urbanizable.