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COMPLEMENTO CIRCUNSTANCIAL

Autofinanciación

Cuando pago mis impuestos, que son muchos, no me paro a pensar en qué invertirá el Gobierno mi dinero. Porque si lo hiciera, probablemente me haría insumisa fiscal o como se llame la figura legal del que se hace el loco cuando hay que declarar a Hacienda. Cuando, cada año, llega el recibo de la contribución urbana, no pregunto qué harán en el Consistorio con el dinero recaudado, porque si lo hiciera, probablemente alguien tendría que controlar mis impulsos de tirar piedras contra el espantoso alumbrado de Navidad de la Avenida. Nos toca pagar y confiar en que la mano que mece nuestros impuestos no sea la de Norman Bates.

YOLANDA VALLEJO
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Confío por tanto, en que los administradores del erario público invertirán mis impuestos en educación, en Sanidad, en vivienda, en atender a los más necesitados de la sociedad. Confío en que invertirán lo recaudado en investigación, en carreteras, en transportes, en industria, en trabajo. Y aunque a veces, tenga serias dudas de a dónde van mis impuestos, procuro pensar que no todo servirá para pagar a los de ¿Mira quien baila! o para mantener un ejército. Y en esas estamos, yo pago y espero que lo pagado no atente contra mis principios, que mis impuestos no contribuyan a empeorar las cosas. Algo que no me parece tener muy claro últimamente.

La Iglesia Católica ha lanzado una campaña publicitaria informando del modelo de financiación que deberá seguir a partir de 2008 y solicitando tanto a creyentes como a no creyentes que dediquemos parte de nuestros impuestos al sostenimiento de la obra social y pastoral que lleva a cabo en nuestro país. Una obra que, dicho sea de paso, sustituye en muchas ocasiones al papel que se espera del Estado -y no hablo sólo de los colegios concertados. No me parece mal, porque siempre he puesto la cruz donde estaba mi conciencia. También lo haré ahora. Por más que me remuerda pensar que con mi aportación se pagan las lenguas que siembran la cizaña.