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MAR DE LEVA

Pasar por la viñeta

Lo dejaban tan clarito en la entradilla de aquella serie mítica, Lou Grant, que hasta los que no somos periodistas lo entendíamos: en pocos segundos de imágenes montadas unas sobre otras, la fatiga del reportero, la prisa del que teclea, las reuniones tediosas, las corbatas ladeadas, las muchas tazas de café, las rotativas a todo tren, los puntos de distribución, los niños en bici que lanzaban el periódico jardín por jardín y casa por casa. Todo para que, al día siguiente, con el periódico ya inútil, la señora pusiera una bandejita para retirar sin problemas las cacas del pájaro. Toda una lección de por qué la noticia de hoy es mañana papel viejo.

RAFAEL MARÍN
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A veces la vida parece una película de miedo donde alguien le dice a otro «No vayas» para que el otro vaya y lo empareden. Esta semana han juzgado por fin a los dos dibujantes de El Jueves que osaron publicar aquella caricatura que, porque saltaron las alarmas y las salvaguardas de las gentes bien pensantes, al final ha dado la vuelta al mundo, haciendo un flaco favor precisamente a aquello que se quería proteger: el honor y la intimidad de los príncipes de Asturias. El celo del juez, al final, lanzó a toda internet y a toda la prensa mundial un chistecito que, de no haberse puesto el grito en el cielo, habría quedado olvidado al día siguiente; papel mojado, una parodia más en el montón de parodias de cada semana. Cosas más gordas han hecho los de El Jueves, y cosas más gordas tendrán que hacer todavía... si los dejan y no los secuestran ni los multan.

Lo ha dicho muy claro uno de los ya condenados: «Todo el mundo tiene que pasar por la viñeta». Y es así, nos moleste o nos divierta. La caricatura es, por definición, la exageración de unos atributos con ánimo de causar la risa. El bufón es el único que podía cantar las cuarenta, desafinar, desatinar y hacer burla sin que su cabeza estuviera continuamente puesta en la picota. Es bueno que aprendamos a reírnos de nosotros mismos, y hay chascarrillos que están en la calle y son muchísimo menos sutiles que los dibujos que a veces aparecen en la prensa. Por no mencionar, claro, que si se trata de defender el honor y la intimidad de nuestros máximos dirigentes hay voces mucho más ácidas, críticas y malaideas que un simple chistecito que podrá tener más o menos gracia, podrá ser más o menos acertado, pero no deja de ser, precisamente, una broma.

Nos llevamos todos las manos a la cabeza y formamos piña defendiendo comprensión con el lío aquel de las viñetas de Mahoma, ¿recuerdan? En Inglaterra, y va ya para veinte años, la familia real británica era sometida semanalmente, y luego a nivel mundial, a la mofa, la befa y el sano cachondeo de unas marionetas llamadas Spitting Image donde lo más suave que se veía en pantalla eran las cogorzas de la reina madre o la supuesta racanería de Isabel II. Por qué el escándalo por la censura vale para unos países y no vale para otros es algo que escapa a mis entendederas. O dicho de otra forma, ¿en qué nos diferenciamos de aquellos que quisieron lapidar a los autores de las viñetas contra el profeta?

Mal vamos si no aceptamos el papel del cómico en nuestra sociedad. Y peor nos las pintamos si al final resulta que acusamos a Manel Fontdevilla y a Guillermo Torres de haber iniciado esa campaña un poco rancia de acoso a la monarquía que estamos viviendo desde hace un par de meses.

En Cádiz, donde sabemos que cualquier parodia y cualquier broma de carnaval se acaba justo cuando se termina la sonrisa o se desempolva el capirote, cuesta trabajo pensar que a día de hoy acabáramos por llevar a los tribunales a cualquiera de nuestros chirigoteros o comparsistas. Pero es justo lo que ha pasado a dos ciudadanos que se dedican a ganarse la vida con sus gracias.

«Soy libre de pensar, de hablar. Mis antepasados no podían. Yo puedo. Mis hijos podrán». Lo decía Jimmy Stewart en aquella magistral comedia, «Caballero sin espada. Una peli de 1939, nada menos. Lástima que haya tanta gente tan poco interesada en recuperar clásicos en DVD, con lo que se aprende. Y en comprender que la libertad de expresión es la prueba de máxima madurez de la democracia.