El autor de 'El pintor de batallas', visto por Mikel Casal.
Cultura

«... ya no te sonríe una chica»

-«Estamos condenados a matarnos los unos a los otros», dice Alatriste. ¿No hay forma humana de salir del laberinto?

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-Yo creo, y para eso escribí El pintor de batallas, para dejarlo bien claro, que el ser humano es un animal peligroso en un territorio hostil. Ahora bien, vivimos en una sociedad que, afortunadamente, nos ha barnizado, nos ha cortado las uñas, nos ha limado los colmillos y nos ha hecho poder convivir de una manera razonable. Pero, ¿qué pasa? Pues que cuando todo ese tinglado confortable, deseable y estupendo que hemos montado los occidentales se va al carajo porque la realidad del mundo -desde un terremoto a los atentados del 11-S- se impone y dice aquí estoy yo, el ser humano se encuentra desorientado porque ya no está preparado para eso. El hombre es una bestia siempre acechante y siempre tenido a raya por la cultura y la civilización. Alatriste es, en cierto modo, un recordatorio de nuestra fragilidad y de que seguimos siendo peligrosos.

-¿Qué será de un pueblo que no lee?

-Será inculto y carecerá de los mecanismos defensivos existentes. El único dique frente a la barbarie, el horror y el dolor es la cultura; un dique analgésico que no es que los elimine, pero te permite soportarlos. Sin libros, sin cultura, el hombre no tiene mecanismos adecuados para defenderse. El ser humano que no lee está desnudo en un territorio muy peligroso, y además desnudo frente al espejo que le devuelve la imagen terrible de sí mismo.

-Recuerdo una declaración suya en la que decía que El Club Dumas surgió en un momento en que en España había que escribir como William Faulkner. ¿Qué modas estúpidas cree que soportamos hoy en este país?

-Demagogia en abundancia. El ser humano es una hormiguita bajo la bota de Dios o del azar, pero una hormiguita que en los últimos siglos se ha dado demasiada importancia. Hemos sacralizado, en nuestra arrogancia y nuestra soberbia, un montón de construcciones artificiales que el ser humano ha ido creando para olvidar que no es más que una puta hormiguita en un puto hormiguero. A partir de ahí, por ejemplo, hemos llegado a un mundo en el que todos mienten, nadie dice la verdad y se vive en una dictadura de lo políticamente correcto a la que todo el mundo se pliega por miedo social.

-¿Qué queda de aquel joven que con 18 años se largó a empaparse del mundo con una mochila?

-Quedan muchas cosas. Yo pensaba que la vida me iba a despojar de todas ellas, y hubo una etapa, no hace mucho, en la que pensaba que llegaría a los 50 años sin tener donde refugiarme. Sin embargo, para mi sorpresa he visto que la vida no es tan puta como parece, que tiene una cierta delicadeza y te permite conservar ciertas cosas. Sé que hay cosas que ya no me va a quitar. Hay una mochililla con media docena de cosas que están ahí y que ya no se van a ir, y eso me hace sentirme bien.

-¿Por ejemplo?

-Me pongo a contar y hay en el mundo unos veintitantos tíos y tías que morirían y matarían por mí. También recuerdos, libros, historias que aún quiero contar, mares que me apetece navegar, islas en las que me apetece fondear frente a ellas al amanecer o al atardecer...; no está mal. Fue duro cuando pasó la etapa de la euforia juvenil y empezaron la guerra y la vida a pegarme dentelladas; hubo cantidad de cosas que se perdieron.

Dar propina

-¿Su relación con el paso del tiempo es de caballeros en estos momentos?

-Aprendí que todo lo tenemos a título provisional y que contra eso no hay nada que hacer. Es como ir al restaurante, ya sabes que al final te tienes que ir de allí y que lo importante es cómo has comido. Al final, como un caballero, hay que levantarse, dar propina, decir muchas gracias y abandonar el lugar. El tiempo pasa, ya me hago mayor, tengo 56 años, no soy el mismo tío que era ni siquiera hace cinco, pero hace tiempo que esto estaba asumido. Me di cuenta muy pronto que tenía que prepararme para envejecer con serenidad personal. Hagas lo que hagas, mates o ames, procura estar sereno. Me dediqué a intentar amueblarme de serenidad para afrontar esa etapa en la que ya no eres fuerte, no eres vigoroso, ya no te sonríe una chica, ya no te apetece conocer gente nueva...; se van enfriando tus venas y tu sangre y tu cabeza. Y para prepararme ahí están los libros. Creo que todo lo que he vivido, sin libros no habría sido lo mismo. Para mí los libros siempre han sido una iluminación. Beirut no habría sido más que una aventura apasionante de no haber tenido yo Troya en la cabeza, por ejemplo.