La cita
La última vez que la vi fue en 1990, pero no pudimos quedar en nada porque ella se fue a vivir a Londres. Tampoco puede decirse que la viera, ya que estaba de espaldas. No me acuerdo ni de cómo se llamaba. Se dice que es corto el amor y largo el olvido, pero en mi caso es al revés. Mi largo amor sólo me ha permitido olvidar su nombre, no el rescoldo de su fogata, que sigue calentándome el corazón. Ahora vamos a encontrarnos, aunque no a solas, sino entre mucha gente. El caso es volver a verla. Aunque no me acuerde de su nombre tengo una indeleble memoria de ella.
Actualizado: GuardarYo creo que iba para sirena. Una sirena de carne total a la que se le nota una cierta indolencia complacida. No dio nunca la cara, sino su reflejo, pero no pudo ocultarme sus caderas de noray ni ese escorzo, más de violín que de guitarra. 17 años de ausencia son más que suficientes para apagar una hoguera interior, por mucho que alumbrase en su momento. Supe de ella por planos avatares de su vida. Me enteré por los periódicos de que había sufrido un atentado.
Una sufragista de su país de acogida, sin duda de rígidas costumbres morales, le asestó una puñalada en las gloriosas posaderas. Se repuso poco después gracias a los cirujanos, pero estuvo en el telar una temporada. Luego su vida fue apacible, rodeada de admiradores. ¿Por qué ha venido tan pocas veces a Madrid? Y lo que es más extraño: ¿por qué nadie puede contemplarla de frente? A juzgar por el envés, debía ser doblemente prodigioso.
Dentro de un par de días voy a volver a verla. Tenemos una cita unilateral. Entre todos se la conoce como La Venus del espejo y hemos quedado en el Museo del Prado. Ahora me acuerdo. Se llamaba Olimpia. Olimpia Triunfi. Dicen que Velázquez tuvo un hijo con ella, pero puede que sean habladurías.