Artículos

Cine

Versión española emitió la otra noche una película de Isaki Lacuesta, La leyenda del tiempo. Si la traemos aquí es porque esta película constituye un perfecto ejemplo de por qué el cine español no conecta con el público. En estas cosas conviene poner paños calientes, porque es muy común tomarse el asunto por la tremenda. Como además tenemos un país donde cada vez se aprecia menos el valor del matiz, ninguna prudencia será bastante. Por tanto: conste que a un servidor le gusta el cine, que no me disgusta de entrada el cine español y que tampoco tengo nada personal contra Isaki Lacuesta. Más aún: me encantaría disfrutar con el cine español y que fuera tan exitoso como el extranjero.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Pero las cosas son como son: la gran mayoría del público español no se siente atraído por el cine español, y eso es grave. ¿Por qué se produce tal desapego hacia el producto propio? Creo que ver La leyenda del tiempo ayuda mucho a eso, porque, además, no es una mala película, sino que tiene mérito artístico; pero el mérito artístico no es gran consuelo cuando nadie se acerca a mirar. Veamos.

Primera escena: largo y lento retrato de unos jovencitos jugando en el río. Son cuatro gitanillos: dos chicos y dos chicas. Son felices. Juguetean y se retan. Bien. Bastaría un minuto de escena; dos, a lo sumo. Pero la cosa se prolonga y se prolonga. Como son actores espontáneos, no se entiende lo que dicen. Segunda escena: el niño y el atún. Un japonés despedaza un atún. El niño mira al atún. El japonés mira al niño y mira al atún. El atún no mira a nadie. Todo ello, en denso silencio. Luego el niño se va -en moto- con el japonés. Al fin hablan. ¿De qué? De atunes, claro.

Tercera escena: el niño se hace un tatuaje. La cámara va y viene del rostro del niño a la pistola del tatuador. Así durante otra larga fracción de eternidad. ¿Cabe más confusión? Sí: de repente surge una japonesa -nada que ver, no obstante, con el de los atunes- que llega a Cádiz fascinada por Camarón. La japonesa rompe a explicarnos su historia. Lo hace en japonés, lo cual exige subtítulos. Se agradece el gesto; también se habría agradecido en los anteriores compases de la película.

A todo esto, ¿qué nos están contando? Aquí pasa como en el arte contemporáneo, que no lo entiendes si no lees el catálogo; del mismo modo, en La leyenda del tiempo no te enteras de nada si no has leído antes en la prensa el extracto del argumento. «Esta película se va escribiendo según se hace», decía en algún lugar el director, Lacuesta. A lo mejor por eso al espectador común se le hace inextricable.

Al día siguiente -o sea, anoche- La 2 emitía Planta cuarta, de Mercero, una historia donde uno entiende a la primera lo que pasa. ¿Tan difícil es mantener esa mínima cortesía hacia el espectador?