DONDE LAS CALLES NO TIENEN NOMBRE

Caso Holgado: 12 años después

Hace un año por estas fechas escribía un artículo pidiendo responsabilidades por la ausencia de respuestas, por la desastrosa investigación, por los perjuicios ocasionados a la familia y porque en un Estado de Derecho alguien debería responder y dar la cara cuando las pesadillas y las injusticias se eternizan en el tiempo. Hoy muy pocas cosas han cambiado con respecto a entonces. Han pasado 12 meses y la vida sigue igual. Y lo más grave, una muerte de treinta puñaladas sigue igual, sin culpables. Sólo ha transcurrido un año desde aquella gacetilla, pero ya van una docena desde aquel asesinato. El tiempo ha ido borrando de nuestra memoria colectiva las huellas de la bofetada de rabia y dolor que sufrió todo Jerez en esos fríos días de noviembre de 1.995 y en los meses posteriores, durante los que la ciudad arropó a la familia y albergó la esperanza de que tarde o temprano se pondría fin a un capítulo negro que, sin embargo, aún nos deja demasiadas preguntas en el aire.

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El olvido y el hartazgo han hecho mella en casi todos; el cansancio y la desesperación se han cebado con el padre, la madre y los hermanos de Juan, que siguen peregrinando prácticamente a diario al cementerio en busca del consuelo que no ha sabido darles nuestro sistema imperfecto. Llegados a este punto debemos negarnos a la resignación, debemos romper en pedazos el papel de la rendición que el tiempo nos ha puesto por delante. Cuesta rehuir del conformismo del «qué se le va a hacer», se hace difícil seguir clamando justicia cuando las palabras rebotan contra el desierto de la nada, pero es lo único que nos queda.

Aunque cada día que pasa parece más improbable encontrar la luz en este callejón oscuro, aunque se nos antoje imposible hallar a los culpables, esta historia, elevada a la categoría de drama nacional por el mercado mediático, no debería quedar colgada de la percha del olvido.

Las armas que tenemos las personas de bien son las palabras y la conciencia. No les demos un portazo en las narices, aunque sólo sea por dejar de ver las paredes de nuestras calles salpicadas con esas pintadas que 12 años después siguen pidiendo justicia. Ya va siendo hora de que los Holgado descansen y de que lo haga toda la ciudad. Pero no nos engañemos. Esa paz no llegará mientras que los criminales que irrumpieron aquella noche en la gasolinera y se llevaron a golpe de cuchillo la vida de Juan y un puñado de billetes sigan campando a sus anchas ocultos tras los errores de este maldito caso.

Ha pasado una docena de años y ahora el tiempo, qué paradoja, pone en manos de la familia una penúltima oportunidad, un penúltimo halo de esperanza. Los avances registrados en el estudio de campos como el ADN y las huellas dactilares aparecen como el resquicio al que se agarran nuevamente los Holgado confiando una vez más en un giro, ya ciertamente inesperado, que arroje claridad en este pozo de tinieblas.

A todo esto, aparece también un diario que dejó escrito el joven jerezano y que les invito a leer en algunos de sus pasajes en la página cinco de nuestro periódico de hoy. Sus reflexiones sobre la vida y la muerte, sobre Dios y la ayuda a los demás toman una dimensión estremecedora pasado el tiempo y los tristes acontecimientos. Esos pensamientos escritos nos ayudan ahora a conocer un poco mejor a la persona de la que tanto tiempo llevamos hablando, por la que tanto tiempo se lleva pidiendo respuestas.

Sirvan estas líneas para mantener vivo el recuerdo y abierta la puerta de esta historia cruel. Aunque la esperanza se desvanece, que no pasen 13 años, que no tengamos que pedir más justicia para Juan Holgado.