Crímenes con interrogación
La crónica negra de la capital tiene varios asesinatos sin resolver, que fueron cerrados en falso y que con el paso del tiempo han sido relegados al olvido de las investigaciones
CÁDIZ Actualizado: GuardarCádiz es una capital de provincia con un índice muy bajo de delitos de sangre cometidos dentro de sus límites geográficos. A diferencia de los constantes sobresaltos que proporciona la crónica negra en otras urbes como Madrid, Barcelona o la vecina Málaga, en esta ciudad se cuentan con los dedos de una única mano los asesinatos u homicidios que se perpetran a lo largo de un año. De ahí que sean aún menos aquellos casos que tienen tantos interrogantes sin respuesta, que están dentro del apartado de crímenes sin resolver.
El paso del tiempo ha ayudado a relegar al olvido de las investigaciones algunos episodios que en su día inundaron la prensa, acapararon las tertulias y se hicieron hueco en cualquier esquina de la capital. De los tres casos seleccionados, por las repercusiones que tuvieron, el autor o autores podrían considerarse, si viven aún, en maestros del asesinato.
Los años han jugado a su favor y su vil fechoría prescribió ante la Ley, la cual no podrá ajustar cuentas con aquel o aquellos que en la tarde del 5 de junio de 1987 acabaron con la vida del maestro Pablo Bravo Gala.
En cambio, la memoria de Milagros García Bello, esa chica joven cuyo cuerpo, tirado como un trapo viejo, fue encontrado en la playa de Cortadura en la mañana del 3 de octubre de 1993 o la de dos tripulantes del J. J. Sister a los que les llegó la muerte en la travesía del 13 de marzo de 1992, aún perviven en los archivos policiales y judiciales. Bien es cierto que el avance de los años juega en su contra y no hay atisbos de que se reabran sus casos. Tan sólo la aparición de algún indicio con suficiente solvencia podía obrar el milagro de reanudar las pesquisas.
Esa luz al final del túnel pareció vislumbrarse en el macabro, aunque al final se tornara en casi esperpéntico, hallazgo de unos huesos en el patio trasero de una vivienda en la barriada de La Paz. Ese descubrimiento parecía que ponía el punto y final a la desaparición de Mercedes Gómez Velázquez, de la cual nadie sabe nada desde el año 95 –a partir de esa fecha no hay ningún rastro que demuestre que esté con vida, como movimientos bancarios o la renovación del carné de identidad–. Su marido fue detenido en abril de 2005 al conocerse la existencia de los restos óseos. Pero las pruebas confirmaron que eran de origen animal. Antonio Rodríguez González, también conocido como El Tete, pasó así de sospechoso a ser protagonista de los comentarios jocosos que nacen de la noche a la mañana en la calle. Pese al absurdo de esa historia, existe un misterio aún por resolver: ¿dónde está Mercedes?
Tripulantes muertos en el ‘J. J. sister’ - 13 de marzo de 1992 -
Unos rastros de sangre en la popa del barco
Algunos de los guardias civiles que participaron en el registro del buque J. J. Sister recuerdan que era una jornada fría, aquella en la que fueron avisados de que había dos tripulantes muertos en el barco, el cual estaba a punto de llegar al puerto de Cádiz. Era el 13 de marzo de 1992 cuando el capitán alertaba por radio del hallazgo de los cadáveres de dos tripulantes en el interior del buque. Como primera medida, se ordenó el fondeo para evitar cualquier contagio del que sería el escenario de un crimen sin resolver. Un remolcador del puerto condujo a agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil hacia el barco, donde se realizó la primera inspección. Un policía recuerda que los fallecidos, uno de ellos cocinero de la tripulación, habían sido asesinados a cuchilladas y de una manera muy violenta. Pero el detalle que más inquietó fue un rastro de sangre que conducía hasta la popa. Esta pista alimentó una de las hipótesis que se barajó en su día. Se pensó que el autor del doble crimen pudo haber sido arrojado al mar después de haber sido descubierto. Pero ninguno de los tripulantes aportó nunca dato alguno. Nadie hablaba y se llegó a especular con la posibilidad de que se hubiera aplicado el ojo por ojo y se hubiera pactado guardar para siempre el secreto.
Tras la primera inspección, el barco fue llevado a puerto, donde se realizó un segundo control. Además, fue subido a bordo el hijo del cocinero muerto para ayudar en las labores de identificación. El mutismo no fue total. Uno de los pasajeros aseguró que vio a una persona, que podía haber sido el asesino, corriendo entre los vehículos que transportaba el J. J. Sister, pero apenas aportó más hilos de los que pudieran tirar los agentes. Así, se dibujó otra hipótesis que consistió en otorgarle el papel de polizón al desconocido agresor. Se trataría de una persona que quiso llegar a Cádiz escondido en las bodegas y al ser descubierto tuvo una reacción fatal con los tripulantes. Ante la imposibilidad de llegar a una solución y con las pocas pistas apuntando a que el causante de las dos muertes había desaparecido del barco, se cerró policialmente el caso.
Un maestro acuchillado en su casa - 5 de junio de 1987 -
Las últimas pistas se esfumaron para siempre
Hace ya más de veinte años de la muerte de Pablo Bravo Gala, un maestro que residía en el número 40 del Campo del Sur. En su propia morada encontró la muerte el 5 de junio de 1987 y allí fue hallado su cadáver con 17 puñaladas que probaban el ensañamiento del autor o autores del crimen. Uno de los fiscales que llevó el caso rememora detalles que aún no ha podido borrar de su mente como el esparadrapo que tapaba la mirilla de la casa de enfrente de la del finado y que habría impedido a sus residentes ver a las personas que llamaron a la puerta del maestro en su última jornada de vida. Al no haber signos de violencia en la entrada, la Policía intuyó desde el principio que la víctima conocía a sus asesinos, a los que dejó entrar a su hogar sin mayores problemas.
Aunque en las crónicas de la época se hablaba del fallecido como una persona querida, educada y que contaba con el respeto de sus vecinos, los investigadores estuvieron trabajando en una línea que apuntaban a un posible móvil sexual, que al final nunca se probó. Algunas de esas personas que trabajaron en el caso cuentan hoy que se indagó en la posibilidad de que el maestro hubiera organizado reuniones privadas en su casa, en las que acudían chicos y chicas. Y que la víctima pudo haber mantenido relaciones de tipo bisexual. Esa línea llevó a la Policía a detener, tres años después, a una de las chicas que frecuentaban su casa. Pero esa hipótesis se esfumó al fallecer la sospechosa cuando trataba de acceder a la casa de su pareja sentimental por la fachada. Otros tres años tuvieron que transcurrir para que se produjeran nuevas detenciones, la de dos jóvenes que habían estado relacionados con la chica fallecida. Uno de ellos llegó a confesar que habían entrado en casa del maestro y que su compañero, que en el año 87 tenía sólo 14 años, lo había matado. Pero el fiscal que estuvo durante la reconstrucción de los hechos, recuerda cómo el joven que acusaba a su amigo se desmoronó, se cerró en banda y no dijo nada. Además, poco después falleció a consecuencia de una larga enfermedad, llevándose con él la última posibilidad de esclarecer un caso que ya ha prescrito.
El violento final de milagros - 3 de octubre de 1993 -
Las pruebas de ADN desmontaron el caso
Era una joven de 24 años que trabajaba en los servicios de limpieza de playas cuando el 3 de octubre de 1993 su cuerpo fue hallado en la playa de Cortadura. Milagros García Bello había sido violada, golpeada con una piedra y asesinada sobre las siete y media de la mañana de ese mismo día, según reveló la autopsia. Las primeras gestiones de la Policía se dedicaron a localizar en el entorno del escenario del crimen, personas que pudieran tener antecedentes por delitos de índole sexual. Así llegaron hasta el que a la postre se convirtió en único sospechoso, detenido y procesado. Se trataba de un vigilante de seguridad, con antecedentes policiales por exhibicionismo, y que trabajaba en los muelles de la Zona Franca. Fue arrestado el 21 de octubre. Su abogado, Miguel Ángel Latorre, que asumió su defensa cuando ya había prestado declaración ante la Policía y el juez, recuerda el cúmulo de incoherencias que adornaban el testimonio de su cliente, el cual padecía una importante debilidad mental. «Pese a que se llegó a publicar en su día que había confesado la autoría, jamás lo hizo en realidad. Tan sólo contaba relatos absurdos, sin sentido, pero que le llevaron a la cárcel». El sospechoso ingresó en prisión preventiva y a partir de ahí su letrado inició toda una batalla legal, con una sucesión de recursos, para revocar esa medida cautelar ante la falta de pruebas sólidas que consolidaran su acusación.
En cambio, la Policía daba por cerrado el caso con el arresto de esta persona, la cual apareció en numerosas ocasiones en la prensa de la época durante la reconstrucción de los hechos, y en donde se daba prácticamente por confirmada su culpabilidad. Así, se habló de una marca que tenía en la cara la víctima y que coincidía con una esclava que llevaba el sospechoso.
El abogado veía en la hora de la muerte la clave que podía desmontar el caso. «La joven había fallecido a las siete y media, y a esa hora terminaba la jornada laboral de mi cliente, que tenía que ser relevado por un compañero en la Zona Franca. Era imposible que estuviera en dos sitios a la vez».
Pero ésa no fue la prueba definitiva. A unos restos biológicos hallados en el cuerpo se extrajo el ADN y se cotejó con el del sospechoso. El resultado fue negativo. Tras dos años y cuatro meses en prisión, el vigilante quedó libre. En 1998, la Audiencia dictó el sobreseimiento provisional y se ordenó que prosiguieran las investigaciones que nunca se retomaron.