Una batalla perdida
Actualizado:A GLORIETA Imagínense, tan sólo por un momento, que su sueldo ronda el millón y medio de euros, que ni siquiera conoce la cara de ese señor del banco al que el común de los mortales le damos la vara, de manera regular, para que nos apruebe un nuevo préstamo. Acomódese en su sofá y deje que sus sueños viajen con rumbo a un estado mental libre de preocupaciones económicas. Nada de apretarse el cinturón y reducir el consumo de tabaco y cervecitas en el bar para llegar a fin de mes. Después, mire de reojo ese pequeño utilitario que tiene aparcado en una posición imposible en la calle. Sí, sí ese cochecito que abandona a diario en la vía pública porque la vida no está para pagar aparcamientos; y ahora defórmelo en su cabeza de tal manera que se convierta en el último y más costoso modelo de Audi. Si su capacidad de imaginación se lo permite, puede incluso regodearse en las casi reverencias que estuvo a punto de hacer el empleado del concesionario, cuando embobado miraba su cheque al pagar al contado tremendo caprichito. Y lo mejor de todo, hasta llegar a esa bonanza no le ha hecho falta invertir años en formación y trabajo, sino carecer de cualquier respeto a la ley y no tener miedo a a pasar largas temporadas a la sombra. Quizás le haya hecho despertar de un idílico sueño de golpe, y se esté pensando muy mucho si merece la pena vivir como un narco y correr el riesgo de ser detenido. Pero si usted tuviera 20 años y no hubiera conocido la ética ni cuando era una maría en el Bachillerato, verá en ese par de jovencitos que manejaban más de 20 kilos de coca un espejo en donde mirarse. Mientras sus compañeros aún dependen de la paga de papá, estos muchachos tenían un piso en Fuentebravía. Pero ahora es a ellos a quien le toca imaginarse un botellón desde el patio de Puerto II, ¿merece la pena?