El general y el laberinto
Un viejo infundio dice que hay dos cosas que aún no se han podido hacer efectivas en la historia de la humanidad: escribir un libro sobre la gastronomía británica y demostrar la valentía de un militar italiano (el ejército italiano, decían los enemigos envidiosos, nunca retrocede, da media vuelta y avanza). Por lo comprobado anteayer en Bruselas, el Tratado del Atlántico Norte puede considerar imposible la primera, pero considera errónea la segunda. Un magnífico almirante italiano presidirá la cañonera. Félix Sanz podría presidir el comité militar de la OTAN hasta con los ojos cerrados... pero no ha podido remontar el inconveniente temporal de ser español. Pertenece al mundo de la fabulación que un militar dependiente de un Gobierno como el de Rodríguez Zapatero pueda recibir el apoyo político de los Estados Unidos y sus aliados: por mucho que se aprecie al JEMAD español en los ambientes castrenses norteamericanos -cosa que ocurre de forma indudable- pretender hacer de él el responsable operativo máximo de todos los ejércitos atlantistas es un ejercicio de optimismo tan desmesurado como inconveniente. No había que haber sometido a un excelente general como Sanz a una prueba que tenía excesivamente difícil: ¿cree alguien que los norteamericanos iban a apoyar entusiasmados al candidato de un presidente que no permaneció levantado ante el paso de su bandera, que retiró sus tropas de Iraq, que quiso venderle armas a Chávez o que se ha negado sistemáticamente a que las tropas españolas se impliquen más en determinados
Actualizado:escenarios en los que están desplegados efectivos por orden de Naciones Unidas? Es de suponer que eso lo sabía el Gobierno o que, al menos, era capaz de deducirlo; sin embargo prefirió apostar alegremente. Posiblemente alguien le hizo creer a la diplomacia española que los yanquis iban a apoyar sin duda a Sanz frente a las candidaturas polaca e italiana, pero a la vista está que no: el general, un militar capacitado y competente, vuelve a casa con el deber cumplido, pero con el aspecto que se le queda a uno cuando ha sido víctima de un ataque de euforia anticipada.
Miguel Ángel Moratinos, el jefe de nuestra relación exterior y conocido exportador de paños calientes, era de los que creía que el laberinto tenía la salida garantizada, tanto que, mientras la OTAN elegía al almirante italiano, él aseguraba en foro público que nuestro candidato tenía muchísimas posibilidades. De la misma forma, mientras aseguraba que todos los síntomas tendían a hacer creer que la delicada relación con Venezuela estaba casi recompuesta, Hugo Chávez vociferaba y amenazaba a unos y otros, al Rey y a los empresarios españoles. ¿Desorientación en el laberinto?¿Estamos dando vueltas sin saber cómo salir del atolladero? ¿Somos excesivamente insignificantes y nuestra diplomacia es incapaz de remontar una dinámica inevitable?
La de por sí ardua y compleja tarea de la diplomacia se evidencia en España dramáticamente incapaz de brindar un espacio confortable al sol. Ni colocar a un general en la cúspide de la OTAN ni prever debidamente la estrategia de Chávez en la Cumbre Iberoamericana. El camorrista venezolano aspira a controlar Hispanoamérica y no cejará hasta que todos los gobiernos estén cortados por su patrón, le cueste el dinero que le cueste. La hegemonía a cualquier precio. La Cumbre no era más que un paso previo para quitar de en
medio a la España preponderante en América: España le molesta para sus planes y nuestros esfuerzos deberán redoblarse para amortiguar su crecimiento en aquellos lugares en los que no está presente a través de sus amigos subvencionados, sea el cuentista Correa, sea el ladrón y violador de menores Ortega. De ahí la necesidad de montar follón y vivir unos cuantos días de ello.
El talante no parece la mejor receta para salir de un laberinto endemoniado que aún puede ser peor después de que el referéndum venezolano le dé poderes absolutos para el resto de su vida. Al igual que en el caso del general, el gobierno deberá confiar en algo más que en su intuición, su simpatía o su dudosa baraka. De lo contrario, hay enredo para rato.