Sin anestesia
Sólo le pido un momento de atención, por favor. Encienda el televisor. Busque un canal donde emitan noticias internacionales. Espere, espere, no deje de mirar. ¿Qué ve? La cadena de imágenes habituales: guerras, desastres naturales, refugiados, conflictos. Lo de siempre, lo habitual. Tome su dosis diaria de antibiótico televisivo y no se preocupe: a menos que sea un caso excepcional, no notará ningún efecto. Está usted inmunizado.
Actualizado: GuardarSe ha repetido hasta la saciedad que estamos anestesiados. Asistimos a los desastres que ocurren en otros países, a las desgracias ajenas, en formato película. Vemos a todas esas personas con cara pero sin voz, que viven en tiendas de campaña o que caminan en largas comitivas sin rumbo, que cargan un dolor inmenso que no podemos imaginar y mucho menos compartir, que han visto escenas tan sumamente traumáticas que necesitarían más de unos cuantos años de terapia para reconstruir su propia devastación. Sus rasgos físicos no nos recuerdan a nadie de la familia y su ropa, nada que ver con nuestro armario; hablan un idioma incomprensible, y lo han perdido todo. Su historia nos queda, más que lejos, lejísimos, a pesar de que tenemos algo fundamental en común: ellos, nosotros, todos somos civiles. Si por lo que sea el conflicto nos conmueve demasiado, apartamos la vista porque tenemos que seguir viviendo. ¿Le suena a lo de siempre?
1992. Bosnia. Más de 250.000 muertos y 2 millones y medio de personas desplazadas. 1994. Genocidio de Ruanda. 800.000 muertos. En ambos casos la comunidad internacional afirmó que hechos semejantes nunca más volverían a suceder. Sin embargo: 2007. Chad: 140.000 personas se han visto obligadas a desplazarse por la violencia en el este del país. 2007. República Democrática del Congo: tras 40 años de conflicto, y 3 millones y medio de muertos, la inseguridad continúa en el este del país. 2007. Somalia: los combates entre diversos grupos armados provocan cientos de muertos y heridos entre la población civil. 2007. Uganda: tras 20 años de guerra, 25.000 niños han sido secuestrados para ejercer como niños soldado.
Después de años de trabajo humanitario se ha constatado que los efectos de las crisis (ya sean causadas por conflictos o por desastres naturales) no son inevitables. De hecho, la falta de voluntad política es el mayor problema para la ausencia de protección y asistencia adecuada a la población. Podemos traer a colación un ejemplo: la ayuda prometida para el tsunami supuso una media de 500 dólares por persona afectada, mientras que en el norte de Uganda, país azotado por una guerra civil desde hace más de quince años, la media es de 50 centavos de dólar por persona. Esto no es falta de fondos, es falta de voluntad política. Algunos estados o regiones reciben el castigo de las estrategias geopolíticas, y lo pagan muy caro. Otros salen muy favorecidos o, como mínimo, indemnes. Los heridos, muertos, mutilados, son civiles (el principal blanco en situaciones de crisis) que no han elegido estar en esa situación y que en muchas ocasiones se ven obligados a abandonarlo todo y a huir a otro país o zona.
Estamos de acuerdo: usted solo, por su cuenta, no tiene nada que hacer. Pero usted, como el resto de las personas que pisamos este planeta, formamos parte de un mundo en el que existen organismos supranacionales y estados que tienen la responsabilidad de proteger a sus ciudadanos. Está claro que facilitar auxilio a las víctimas no es suficiente. Es indispensable llevar a cabo acciones a largo plazo que permitan rehabilitar y reconstruir el tejido social y denunciar la situación e incidir en políticas que contribuyan a paliar las consecuencias de las crisis humanitarias. También es necesario invertir recursos para reducir la vulnerabilidad de la población y evitar más tragedias. La comunidad internacional puede y debe actuar, y como ciudadanos tenemos el derecho a exigir que cumpla con su deber. Personalmente podemos hacer algo por nuestra parte: estar informados, indignarnos y reclamar nuevas políticas para cambiar la situación.